“Las expectativas tienen algo autoritario”

Cuando empieza a funcionar ahí

Antes de armar el Taller [extracurricular de música en la Escuela] y el Ensamble, yo veía que por ahí un pibe se ponía a tocar en el comedor, y le decía en la clase “che, vamos a agarrar eso que estabas haciendo”, y no lo hacía. Cuando lo quería hacer dentro del marco de las clases, generaba algo reactivo. Entonces ahí apareció otra cosa: el sentido negativo de la educación. Esa cosa reactiva que genera algo que se vuelve identitario para el pibe: “yo soy este, yo soy este ritmo, y es un modo de reacción”. Por eso, el Taller de percusión que armé es a la mañana, es a contra turno. Es “vengan a la Escuela, pero no es la Escuela”. Y ahí empezó a funcionar. Lo que también pasó de bueno es que cuando empezó a funcionar ahí, lo que pasaba en el taller se trasladó a la clase. La clase cobra otra dinámica: como el pibe viene a la clase desde esa instancia optativa del Taller, la clase ya no tiene el peso ese que tenía, institucional, por el que el pibe reacciona negativamente ante cualquier figura de autoridad.

Vos pasás un toque

Al mismo tiempo, otra cosa buenísima es que empieza a ser contagioso: cuando tocan en un acto o en el recreo alguno dice “cómo puede ser que éste, que es un compañero mío al que tampoco le sale nada, pasa a tocar y está bueno lo que hace”. Empieza a contagiarse. Y empiezan a querer aprender, entonces cualquiera les puede enseñar. Vos les pasás un toque, pero después ves que hay un montón de pibes de un grado que lo saben, y no se los enseñé yo. Por esto, yo no pienso en educación musical, sino en formación cultural: establecemos una dinámica donde la cultura se transmite. Como pasó en toda América desde siempre, lo que llega fue transmitido de unos a otros, y se aprende viviendo, se aprende haciendo.

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