Jugar a ser (pequeños)

8.

Algo que siempre rondó, más como idea que como hecho en sí, fue tratar de incluir a los adultos presentes en la sala: padres, abuelos, enfermeros. No incluirlos en la actividad grupal, sino escucharlos y darles lugar, aunque sus dichos y sus formas espantaran (frecuentemente madres diciendo a sus hijos “si no te portás bien te dejo acá y no vengo mas”, por ejemplo). Claro que intervenir con ellos directamente no sólo era difícil, sino que no era nuestro interés. Pero sí buscamos incidir en ellos “de costado”, que vean qué hacemos con los chicos, qué hacemos frente a los desbordes, cómo nos reímos y lo pasamos bien con ellos. Los enfermeros, agotados, difícilmente veían en el Club algo más que “la hora en la que ellos podían relajarse un poco” y por eso contábamos con su total simpatía.

Hubo algunos encuentros durante los cuales sí pudimos hacer algo con los “adultos”, una coyuntura particular porque nosotros éramos muchos, los chicos no tantos y había dos madres y una abuela con las cuales se podía contar. Entonces propusimos fabricar carteles para el día del niño y algunos títeres para que pudieran usar los chicos. Con esa tarea como motor, íbamos a un espacio contiguo al que estaba funcionando el Club y hacíamos algo para los chicos. Y charlábamos. Las madres esgrimían quejas sobre sus hijos, abatidas, complicadas, repitiendo discursos aplastantes y patologizantes de todo lo que hacen los pibes. La abuela nos contaba qué cosía y hacía souvenirs, y nos enseñaba algunas técnicas para la tarea que estábamos llevando a cabo. Las enfermeras que se acercaban también, empatizando con las madres que ya no saben qué hacer con sus hijos. Escuchar eso y cambiar un mínimo tono, repreguntar algo, sacarlas mínimamente del lugar de víctimas y decir algo que pudiera resituarlas en su rol, en lo que de potencia hay en el rol, en la capacidad de poder hacer.
Esa invitación a producir materiales de juego, generó un espacio de intercambio donde los grandes sorprendieron a los chicos ofreciéndoles sus producciones, generando la posibilidad de ilusión, reubicando una forma de interacción novedosa entre “niños” y “adultos”.

Pero fue una coyuntura particular. Daban ganas de más.

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