Jugar a ser (pequeños)

5.

Cada vez que llegamos, colgamos una bandera con la inscripción “Club de Juegos”, y de vez en cuando, renovamos las credenciales de a-filiación con nombres, edades y juego favorito (nosotros con las nuestras también). La bandera y las credenciales delimitan un territorio, enmarcan un espacio. Demarcar para que algo sea posible en ese territorio.

Un cuaderno, a modo de libro de actas, acompaña el momento inicial donde escribimos quienes estamos, quienes no están por que se fueron de alta o están en un permiso de salida, a qué jugamos, que juego debió detenerse y por qué y qué haremos la vez próxima. Operación de generar un espacio cada vez, articulado al anterior y al que vendrá. Función primordial y primaria de generar un “Continuará”.
La caja de materiales nos acompaña cada vez, seleccionando lo que llevamos según los chicos presentes en la sala, sus gustos, sus pedidos, nuestro criterio. Los materiales son puestos en juego, deviniendo juguetes en un recorrido1Javier Daulte propone: “Veamos el fenómeno del teatro desde una perspectiva quizá algo esquizoide: Un grupo de personas se sacude durante un par de horas sobre un entarimado. Otro grupo de personas es testigo de esa fatiga.
¿Qué seriedad pueden revestir esas personas, hombres y mujeres de una actividad llamada teatro, cuando emulan grandes batallas, imitan a altivos héroes de la historia o a malvados déspotas, cuando simulan sin credibilidad posible grandes tragedias? Lo menos que se puede decir de esos hombres y mujeres es que son unos irreverentes, que se burlan (por el simple hecho de reproducirlas) de todas las actividades humanas y las transforman en una fiesta patética por la cual además cobran un dinero a quien pretende asistir a tamaño dislate; y, no contentos con eso, además hay que aplaudirlos para fomentar vanidades diversas. La pretensión (absurda por donde se la mire) es que nos llene de estética emoción ese acto perverso que es emular la condición humana (acto perverso o sueño de pasión que, cuanto más apasionado, más evidente hace su falaz condición).
El teatro, en tanto juego, es un lugar de incomodidad, Brecht lo percibió, Beckett también; su obscenidad es tal que puede producirnos náuseas; y si lo pensamos más de dos veces, acordaríamos en que se debería prohibir actividad tan irreverente. (…)
¿Por qué el Rey soporta al bufón que se ríe de él en sus propias narices y con su propia anuencia? ¿Por qué Su Majestad soporta de ese esclavo lo que sin duda no podría tolerar de su más entrañable amigo y consejero? Por una sencilla razón: el bufón juega un juego de cuyas reglas el Rey es el dueño; si el límite de la regla es respetado, la burla es aceptada; si el límite es burlado la gracia desaparece, lo mismo que la cabeza del pobre bufón.” (“Juego y compromiso: El procedimiento. Mimeo. Bs.As. 2004)
. La construcción es parte fundamental en la progresiva sumatoria de elementos a la caja del Club. Disfraces, títeres y aviones de papel, con los que probamos técnicas de armado y hacemos carreras. Elementos que construimos, usamos, guardamos y retomamos. Y que en ocasiones no quieren guardarse, se rompen o se pierden.

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Notas   [ + ]

1. Javier Daulte propone: “Veamos el fenómeno del teatro desde una perspectiva quizá algo esquizoide: Un grupo de personas se sacude durante un par de horas sobre un entarimado. Otro grupo de personas es testigo de esa fatiga.
¿Qué seriedad pueden revestir esas personas, hombres y mujeres de una actividad llamada teatro, cuando emulan grandes batallas, imitan a altivos héroes de la historia o a malvados déspotas, cuando simulan sin credibilidad posible grandes tragedias? Lo menos que se puede decir de esos hombres y mujeres es que son unos irreverentes, que se burlan (por el simple hecho de reproducirlas) de todas las actividades humanas y las transforman en una fiesta patética por la cual además cobran un dinero a quien pretende asistir a tamaño dislate; y, no contentos con eso, además hay que aplaudirlos para fomentar vanidades diversas. La pretensión (absurda por donde se la mire) es que nos llene de estética emoción ese acto perverso que es emular la condición humana (acto perverso o sueño de pasión que, cuanto más apasionado, más evidente hace su falaz condición).
El teatro, en tanto juego, es un lugar de incomodidad, Brecht lo percibió, Beckett también; su obscenidad es tal que puede producirnos náuseas; y si lo pensamos más de dos veces, acordaríamos en que se debería prohibir actividad tan irreverente. (…)
¿Por qué el Rey soporta al bufón que se ríe de él en sus propias narices y con su propia anuencia? ¿Por qué Su Majestad soporta de ese esclavo lo que sin duda no podría tolerar de su más entrañable amigo y consejero? Por una sencilla razón: el bufón juega un juego de cuyas reglas el Rey es el dueño; si el límite de la regla es respetado, la burla es aceptada; si el límite es burlado la gracia desaparece, lo mismo que la cabeza del pobre bufón.” (“Juego y compromiso: El procedimiento. Mimeo. Bs.As. 2004)