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Al costado del signo

por Silvia Duschatzky

Editorial

Hace unos días fui con mis nietxs al teatro. Un halo de ralentización (no sucede siempre en espectáculos infantiles) se me pegó al cuerpo apenas ingresamos a la sala. Luces tenues venían del “cuadrado” – como le gusta decir a Mariana Obersztern – componiendo una escenografía despojada, un paisaje campero tan abierto como pleno de guaridas acogedoras.

El contraste entre la celeridad desquiciada en la que vivimos, y ese paréntesis, confirma que es posible agujerear el tiempo.

Comienza la puesta1“Ana y Wiwi”, pieza teatral de Lorena Romanini. Buenos Aires, agosto de 2022., y todo transcurre casi sin palabras, apenas algunas interjecciones y el nombre de Ana resonando. En un rincón – imagino, a la sombra de un sauce – la música en guitarra, bombo y canciones se suman a la inmensidad del espacio a campo abierto. Único momento en que la letra se hace presente.

Fotografía de la serie Suspiria

Wiwi es un ternero que arma complicidad con Ana frente a un mundo hostil que va detrás de cálculos avaros. Se lo escucha repetir ese sonido que caracteriza a los de su especie, mediante una titiritera que expone el mecanismo sin disimulo. Ese pequeño ser de arpillera y articulaciones metálicas despierta el impulso de abrazarlo, como si su “calor corporal” nos llamara.

La puesta se sostiene sin guion lingüístico, nada nos explica los ánimos y devaneos de Ana, ni el sufrimiento animal; no hay relato verbal discurriendo en el transcurrir de las escenas, ni exageradas actuaciones que enaltecen a los buenos haciéndoles ganar épicamente una batalla. Nada huele a pretensión pedagógica sobre esa parva de pibxs atentxs.

Todos los personajes exponen un costado torpe y cómico. No obstante, hay quienes mandan, quienes obedecen y quienes se resisten en compañía. Y de nuevo, todo esto con sonidos y apenas murmuraciones.

No pretendo batallar contra la palabra, pero sí advertir la fuerza de la poética de una lengua que abandona al signo cuando se confina al sentido. Y entonces toparme con esta pequeña experiencia teatral fue recordar que lo que importa no es lo que un texto dice, sino lo que hace con su fuerza.

Fotografía de la serie Suspiria, de Carolina Nicora

Buceando la experiencia del silencio, que no es mudez, nos topamos con un lenguaje ritmado. Respira, resuena, y va por una vía paralela a la transparencia lingüística del sentido. Hay zonas vacías en el lenguaje, necesitamos merodearlas.

Beckett2 Disjecta. Escritos misceláneos y un fragmento dramático. Arena libros, 2009. lo enfatiza. En vista de que no podemos suprimir la lengua de una vez por todas, al menos no queremos dejar de hacer nada que pueda favorecer su desprestigio. Horadar en ella un agujero tras otro hasta que lo que se esconde detrás, ya sea algo o nada, comience a verterse poco a poco. No puedo imaginar un propósito más excelso para el escritor de hoy en día. […] Esta literatura de la deshabla para mí tan tentadora…disjecta.

Los textos que arman este número de Tráfico agrietan los géneros de escritura y traen una palabra cargada de cuerpo. Pasan por el territorio escolar, la experiencia en el mundo del teatro y el trabajo en un hospital en circunstancias pandémicas. Lo que los une es el gesto tembloroso de una escritura que se vacía de los códigos para arrimar mínimas observaciones en un tiempo suspendido.

Sumo fragmentos de El poeta, de Marina Tsvetáyeva3 Representante de la edad de oro de la poesía rusa. Nacida en Moscú, en 1892, su obra golpeaba el sombrío período stalinista sin caer en el peso de los ideologemas. Entre sus escritos se destacan “Poemas de juventud” (1915) y “Poemas de Moscú” (1916). Fue desterrada a la aldea de Elábuga, donde falleció el 31 de agosto de 1941.

El poeta trae de lejos la palabra

Al poeta lo lleva lejos la palabra

Entre sí y no, por baches indirectos

De parábolas, planetas, signos

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Es el camino del poeta. Casuales eslabones, ese es su enlace

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