por Agustín J. Valle

El malestar cunde en las escuelas, generado por los encuentros, desencuentros y choques en las propias instituciones, y, también, claro, contenido ya en el cuerpo que llega a la escuela cargado de los múltiples dolores, nervios y broncas que la vida contemporánea, urbana, mediática, doméstica, le van inculcando. Porque no solo “los chicos traen problemas del afuera”: también el cuerpo docente es un cuerpo sometido a las tensiones estresantes del rendimentismo, del dominio de la imágen, de la mediatización general de la vida -sobre la que volveremos. Cuerpo docente que repetidamente dice: no me preparé para esto. Cuerpo docente que repetidamente dice: tengo una vida fuera de la escuela. Como si, en cierto sentido, la vida se tiene fuera de la escuela, y en la escuela se suspende la propia vida, y se espera: que pase la hora, que pase el día, que pase la semana, que pase el año, que llegue, por fin, el júbilo final.

“Tengo una vida fuera de la escuela”: ¿y no es de eso, también, que tanto nos quejamos, con razón, las y los docentes, pensando en las chicas y los chicos? Que en la escuela están sin estar, que no dan bola, que no les interesa nada… Nada que provenga de nosotros. Que tienen su vida fuera de la escuela, más allá de la escuela; pero que, encima, invaden con su vida la escuela: atraviesan sus paredes, o más aún, desrealizan sus paredes, cada uno con su ventanita portatil mediante la que se conectan con todo y cualquier cosa.

¡Y va más allá de su voluntad! Una docente, de escuela media bonaerense, contaba (en el seminario de SmyE), que hizo pruebas con sus alumnos, pruebas totalmente acordadas con ellos: a ver cuánto tiempo podían estar sin mirar el celular. Los chicos mismos sentían que los traccionaba algo más fuerte que ellos; literalmente: “es más fuerte que yo”, decían. Y sí: la realidad mediatizada, el ultramundo brillante y pleno de la mediósfera, es más fuerte que esa cosa llamada “yo”. El yo, ente de presunta voluntad, de conciencia, de crítica y reflexión, se ve arrastrado, dis-traccionado, por el incensante viento de la nube semiótica. El estado de conversación permanente; el mandato de convertir cada punto de la vida en una imagen; la ansiedad por no quedarse afuera de ninguna actualización. La actualidad que no se detiene y que tiene y tendrá siempre una novedad, una notificación, un me gusta, un mensaje…

La mediósfera ejerce un legado divino, teológico: una luz del más allá nos atrae con su verdad superior. Solo que este más allá está acá en nuestros bolsillos; y acostumbra tanto al cuerpo a su patrón atencional y temporal, que aún sin los aparatitos, el cuerpo queda subjetivado por esa técnica mandamás. La docente contaba, entonces, que sus alumnos le plantearon el problema, de que no podían prestar atención, no podían estar del todo ahí. Probaron: a ver qué pasaba si estaban cinco minutos, ¡enteros!, sin mirar el celular. Solo algunos pudieron: dos, de una clase entera. Otros, “nomás la hora”, miraron. Nomás la hora. La virtualidad real también consiste en eso: una masiva mensura del tiempo. Por eso la Actualidad dificulta tanto estar presente. Se trata de una dominación cronopolítica de los cuerpos. Cuerpos cotidianamente entrenados en que si hay algo bueno, si hay algo bello, si hay algo verdadero, o no está ahora, o, sobre todo, no está acá: el lugar donde estamos siempre es una pérdida, respecto de las cosas que están actualizándose por ahí, arriba, con brillo y plenitud, en la nube…

Los cuerpos que pueblan la escuela tienen incorporada la verdad de que tienen una conexión directa, inmediata, con la dimensión donde ocurre lo importante, donde está la versión bella de la vida, y la palabra verdadera.

Más que exigir respeto debido, como si los chicos llegaran ya deudores, cabe reconocer que la docencia es necesariamente exploratoria y experimental: ¿cómo hacemos, qué operaciones concretas, intensifican el sentido de la presencia? ¿Qué intervenciones o movimientos logran que el encuentro áulico devenga núcleo aglutinador de los aprendizajes que vienen dispersos? ¿Qué operaciones presentifican en la escuela, es decir, convocan a los cuerpos para que estén ahí incluyendo el divino tesoro de su atención?

No hay manual, ni programa, que pueda tener la posta sobre la generación de presencia, sobre la presentificación, sobre las condiciones, tan frágiles, tan vivas, de que se aune ahora y acá la atención. No hay, justamente, porque sería un saber abstracto externo a la presencia. Es en cada situación en que puede tantearse lo que funciona, lo que no; es siempre ante, entre lo que está pasando. Quizá la aptitud para convertir en investigables cosas comunes, donde ya estamos, pueda ser un umbral básico de la presentificación.


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