por Silvia Duschatzky

Cuando los pibes en la escuela desprecian -aún si desprecian civilizada, ordenada, calculadamente- el valor, la experiencia, la utilidad de la escena pedágogica propuesta; cuando cuestionan la disociación entre el mundo escolar y el “mundo real”, ¿no están acaso criticando un régimen semiotizado? Un régimen donde se da por sentado que hay algo que son los “contenidos” y que ese algo importa, vale, pesa, tiene realidad y sirve en la vida aunque curiosamente se les pide que la vida se detenga para poder incorporarlos. ¿No será que los malestares que se viven en la escuela rechazan el discontinuo de la lengua escolar?

Esta enseñanza que reproduce el discontinuo, por supuesto, no es efecto de una voluntad libre de los docentes; la enseñanza en clave de la teoría del lenguaje, es decir, la enseñanza que busque poner en juego mediante las palabras, cosas de la vida, y no representaciones cosificantes, no tiene una programática acabada posible: no se sabe dónde terminará el cuento, como sí se sabe cuándo se recorta una zona de la vida como paquete semiótico.

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