por Silvia Duschatzky

Lucas tiene 10 años, le va mal en las pruebas del colegio. Su maestra comenta que tiene dificultades en la lectura. Andá y lee todo lo que encuentres, le sugiere sentada en su escritorio mientras escruta los resultados de sus exámenes.1

Lucas vive en un barrio popular de San Pablo. Se lo ve corriendo por las calles, mientras descifra frases impresas en las paredes y en carteles colgados de los postes de luz. Su barrilete cae en un baldío. Junto a sus amigos pasa a través del alambrado hasta alcanzarlo. Se detiene en un basural…leche des-na- tada, deletrea de una arrugada tapita arrojada al montón. Su mirada gira sin rumbo, recorre el terreno cual detective, en busca de no se sabe qué. De pronto sigue un objeto escondido entre la parva de deshechos. Lo alza… Así hablaba Zaratustra. Quien lo tiró ignoraba que Nietzsche no envejece y algún espíritu inquieto lo pescaría.

¿Qué es leer? ¿Acaso las palabras sólo ofrecen lo que dicen? Lucas desafía la lectura que no sabe más que de códigos inscriptos en cualquier diccionario y en cambio escucha el continuo del poema, como sugiere Henri Meschonnic. No eso que dice una palabra, sino eso que hace una lengua.

Lucas lee y vuelve a leer una y otra vez el extraño libro que profana. Lee sin obligación, en la cocina de su casa mientras a pocos pasos su madre cose recostada sobre su máquina. Mamá, ¿dios ha muerto? Lucas interpela la atención de su madre, el traqueteo de la máquina se detiene bruscamente. Sus gestos exponen el tembladeral de un cuerpo eyectado de su aparente estabilidad. Certezas que cimientan una vida no soportan fácil su desmembramiento.

Lucas lee, no en el acto de decodificar signos. Lucas (se) interroga conmovido no eso que no entiende sino algo que hace cimbronar un sentido. Zaratustra lo persigue. Cada día, al volver de la escuela, toma su libro amigo y se interna en la aventura de una narrativa que reverbera. Deambula por las calles, cuál filósofo con su libro en mano, interrogando a paseantes y personas cualquieras con las que se choca. Leer no es someterse a la sagrada escritura. A fuerza de gritar, de saltar, de andar por ahí, llego hasta el sentido, escribe Marina Tsvietáieva.

Lucas lee a Nietzsche, y en este gesto lo que hace es hacerle algo a la lengua “escolar”, o a ese lenguaje que mediante las normalizaciones instituídas cancela el nacimiento de nuevas relaciones con las palabras, con los otros y con las cosas.

Leer o atravesar dificultades que exceden la búsqueda de comprensión. Leer, no fonemas. Leer en los bordes de la sintaxis y la gramática que ahogan los flujos de creación. Leer eclipsando la razón. Lectura que borra las fronteras entre libro y lector, entre entendimiento y afecto, creando una zona de mezclas y bifurcaciones.

En este número traficamos textos que interrogan la enseñanza de la mano de Meschonnic, quien trabajó insistentemente en una teoría del lenguaje que vincula la poética, lo político y la ética.

¿Puede la enseñanza engendrar desconocidos? ¿Cómo no salir de la paradoja sino expandir sus tensiones?

Los escritos que integran este número se centran en traducciones realizadas por Hugo Savino a propósito de una jornada desarrollada en Francia en junio de 2009, sobre la cuestión de la enseñanza. Diversos autores se preguntan, inspirados en la poética de Meschonnic, por asuntos que competen al acto pedagógico. En este dossier sumamos entrevistas a interlocutores argentinos que desde el pensamiento político-filosófico o la investigación se interrogan por el valor del lenguaje.

Agradecemos la minuciosa tarea de traducción de Hugo Savino y su generosa disposición a circular la obra de Meschonnic; los aportes de Diego Sztulwark y Alejandro Raiter; y en especial el trabajo de Libertad Fructuoso en la edición y composición del material que ofrecemos. Las ilustraciones en tinta china que acompañan los textos son de Carlos Herzberg.


Índice