por Amador Fernández-Savater

Tengo un espacio propio en un periódico-web de referencia en España, eldiario.es. Pero durante las semanas de confinamiento apenas sentí ganas de publicar ahí. Sentí que había que estar muy seguro de algo, tener una hipótesis, alguna línea que tirar… No era el caso. A pesar de todos sus pesares, Facebook se me apareció un espacio mucho más amable para ir compartiendo cosas, un espacio más cerrado, pero también más protegido al presuponerse una cierta “sintonía” común (que en mi muro he verificado luego incluso presencialmente). Y ahí fui tirando algunas de las cosas que aquí se recogen: resúmenes de lecturas, reflexiones, notas, apuntes, sensaciones, etc. Fragmentos y tanteos, registro de pensamientos e invitaciones a una conversación. Nada para convencer a nadie de nada, sólo entradas para los que de alguna manera ya vibran en una onda común.   

5 de abril

Terrícolas contra humanos

¿Cómo nos estamos contando el fin del mundo? ¿Otro fin de mundo es posible? ¿Qué imaginarios, qué mitologías podrían ser emancipadoras hoy?

Es el tema del libro de Deborah Danowski y Eduardo Vivieros de Castro, “¿Hay mundo por venir?” en el que se repasan imaginarios del fin en la literatura y el cine, el documental y el ensayo.

Imaginarios de gente-sin-mundo, como “Matrix”, “Mad Max”, “La carretera”, etc. Imaginarios de mundo-sin-gente, como el documental “La Tierra permanece”. Imaginarios donde la catástrofe es un acontecimiento como la película “Melancolía” de Lars von Trier. Imaginarios donde es un proceso, lento e imperceptible, como “El caballo de Turín”.

Este último es políticamente el más interesante para los autores: ahí donde la catástrofe está detrás de nosotros y tiene una historia, donde “la ausencia de futuro ya empezó” (G. Anders).

De los capítulos que más me han interesado es ese donde, de la mano de Stengers y Latour, se plantea la batalla final entre los terrícolas y los humanos. Los terrícolas son todos los pueblos y colectivos (humanos y no humanos) pegados a la tierra. Los humanos por el contrario se plantean como una especie excepcional, un corte milagroso en el trayectoria monótona de la materia, destinada a su conquista y apropiación extractiva.

Los terrícolas son el pueblo que falta, el pueblo por venir. Se trata de aprender a prestar atención a la intrusión de Gaia de que habla Stengers (el coronavirus es un ejemplo perfecto de ella). Dejar de pensar en términos clásicos de universalidad: un solo mundo, un solo Estado, un Parlamento global, etc. Hacerse otra imagen del mundo, como “multiverso atravesado por múltiples ontologías no-humanas”. Abrir espacio a los otros: ejercitarse en las artes de la diplomacia entre formas de vida heterogéneas.

Los humanos tienen sus tecnologías, sus medios de comunicación, sus psicofármacos, sus prótesis. ¿Y la resistencia terrícola? Necesita encontrar sus propias armas y darse su propio imaginario que no es el del combate final, el Armaggedon cosmopolítico, sino más bien el de la guerra popular prolongada pero ya no sólo entre humanos, sino “junto a la infinidad de agencias, inteligibles y otras, diseminadas por el cosmos”.

#lecturasconfinadas

9 de abril

¿Por qué no podemos parar?
La respuesta marxista.

Dice la médico Sophie Mainguy: “hay otro organismo vivo en pleno flujo migratorio y debemos detenernos para que nuestras corrientes respectivas no choquen demasiado”.

Podríamos entonces detenernos, hacer de esa detención un gigantesco ritual social, de descanso, de sanación, de fiesta o de meditación. Pero no, no podemos detenernos. ¿Por qué?

¿Acaso hay falta de riqueza, de valores de uso? Bueno, en ese caso podrían seguir funcionando sólo los servicios esenciales (y ver cómo se reparte ese trabajo). No, el pánico es palpable, hay que retomar la producción lo antes posible. Y eso en el mejor de los casos, porque allí donde el cálculo economía-vida está completamente del lado de la primera ni siquiera se ha parado nada.

En varios de sus libros, el maestro Carlos Fernández Liria nos explica la respuesta marxista a este misterio: no hay ninguna falta de riqueza porque esta sociedad no produce principalmente riqueza, sino beneficio capitalista o plusvalor cuyo vehículo son esas cosas que circulan en el mercado. Un tomate no es un tomate, primero es beneficio privado transformado en dinero.

Parar, para descansar o porque el flujo migratorio de un virus nos invita a ello, sería una catástrofe mayúscula: ese beneficio no podría transformarse en dinero bajo la forma de mercancías. Nuestra economía se vendría abajo y nosotros con ella.

Que nuestra sociedad no produce riqueza, sino beneficio lo prueban hechos como que:

  • la sobreproducción no sea ocasión para una gran fiesta social de derroche, sino un desastre que se solventa destruyendo los stocks almacenados o tirando kilos de tomates al mar.
  • ningún invento técnico desde hace dos siglos ha supuesto un segundo más de tiempo libre, sino siempre una intensificación de la producción.
  • una guerra es una ocasión ideal para convertir ciertas cosas (armas) en dinero: un mercado.
  • el paro es la solución a la que recurren las empresas para no arruinarse del todo.

Etc.

Los problemas para nosotros (terrícolas) son soluciones para la economía (una guerra, el paro, la obsolescencia programada, etc.). La lógica del capital es rigurosamente extra-terrestre.

Es malísimo que haya riqueza para todos o de sobra, porque entonces no hay mercados para que los productos se conviertan en dinero y las empresas sucumben a la competencia.

Hay que producir. Producir para qué. Producir para producir (beneficio). La lógica de cuidado de la vida expuesta por la médico choca con la lógica extra-terrestre del beneficio.

Sólo una sociedad no regulada por las leyes del capital podría parar (porque ya se ha producido bastante), repartir la riqueza, hacer un uso social de un invento técnico, rechazar las guerras, hacer bien las cosas, convertir el paro en descanso o ritualizar el viaje de un virus como un momento de detención radical.

16 de abril

Más de Emanuele Coccia sobre la crisis del coronavirus

En la tierra solo hay migrantes, porque la tierra es un planeta, esto es, un cuerpo lanzado a la deriva.
En tanto ser planetario, cada ser vivo cambia de lugar, de cuerpo y de vida.
Es imposible protegerse de los otros.

Esta pandemia no es un “castigo de Dios” (o de la Tierra), sino la consecuencia del hecho de que estamos entrelazados y expuestos los unos a los otros.

El hogar no nos protege, no es necesariamente un refugio, puede matarnos. Hay que desembarazarse de la idea de Tierra como hogar, de que existe hogar protector: identidad, frontera, burbuja.

La tesis del Antropoceno sigue siendo demasiado “humanista“: sólo que al ser humano se le señala ahora como capaz de la destrucción absoluta en lugar de la creación absoluta.

Este virus, un ser ambiguo, entre la vida química y la vida animal, este ser microscópico nos pone de rodillas, destruye la ilusión de omnipotencia del Hombre, nos recuerda que la realidad es independiente de nosotros.

#lecturasconfinadas

20 de abril

Contra las alternativas infernales, la crítica como aprendizaje

¿Quieren ustedes parar todo? Provocarán el colapso de la economía y un empobrecimiento general.
¿No quieren ustedes un confinamiento total? Provocarán el aumento de los contagios y el colapso de la sanidad.

Estamos atrapados en mil y una “alternativas infernales” que dice Isabelle Stengers: un tipo de descripción de la situación que sólo propone obediencia o muerte. Un tipo de “realismo” que sólo propone la resignación a lo inevitable, al “es muy necesario”.

Allí donde se constituye una alternativa infernal, la política da paso a una sumisión”.

¿Cómo escapar? Stengers descarta la crítica como denuncia general y un poco hueca, refutación meramente teórica del planteamiento infernal, como si la “verdad” pudiese desplazar por sí sola al “error”.

Pero la alternativa infernal no es un error, una mentira o una ideología, sino una cuestión muy práctica que funciona en concreto. Se produce a nivel micro, obturando toda alternativa, bloqueando el pensamiento, cortando las conexiones, a través de mil pequeños agentes que Stengers llama “los secuaces”.

De la alternativa infernal se puede salir sólo abriendo “trayectos de aprendizaje” donde nos hacemos capaces de pensar, sentir de otro modo y abrir lo posible. Se sale “a través”, por “el medio”. Es lo más difícil.

Contra la descripción de la situación que produce impotencia, el trayecto de aprendizaje fabrica una descripción de lo que pasa en la que todos somos capaces de pensar y actuar (no “víctimas” o “espectadores”). Fabrica nuevos saberes, herramientas, palabras y enunciados. Y allí donde los secuaces producen capturas que paralizan, los trayectos de aprendizaje fabrican pasajes que potencian.

La salida de la alternativa infernal no está dada y oculta, hay que inventarla. Inventar lo que era inconcebible. Por ejemplo, una tangente entre confinamiento vertical-policial y colapso de la sanidad, una tangente entre reactivación de la economía y empobrecimiento.

Una tangente no crítica, sino teórica y pragmática, pero experimental y sin garantías, como las que inventaron en su día los colectivos de afectados por el sida, los campesinos contra los OGM, los hackers contra la privatización de los saberes… ¿La que puede inventarse hoy entre los mil colectivos de apoyo mutuo, el personal sanitario, etc.?

“Lo único que importa realmente son los caminos concretos y arriesgados por donde podría adquirir sentido aquello de cuya imposibilidad todo habla”.

28 de abril

Amasar pan, hacer manualidades, crear memes… ¿Tiene todo esto que se hace hoy en millones de casas confinadas alguna importancia o pensarlo es sólo frivolidad, “con la que está cayendo“? ¿Hay algo en ello de emancipación sensible o es mero entretenimiento y matar el rato?

Hay una polémica al respecto, sobre si a esas experiencias caseras les podemos llamar arte y cultura. Rafael Sánchez-Mateos interviene y dice que sí, que “el cuidado de sí mediante la educación y el arte son una resistencia y un depósito incalculable de experiencias que mantienen vivo lo que más tememos perder“.

Que el arte también ha sido y es una “práctica material que inspira una ética del trabajo gozoso que habría que redescubrir“.

Que la producción casera también es una “inestable y difusa democratización del quehacer artístico improductivo, entretenido y lúdico“.

Que el arte no es político por su “tema” o “significado“, sino “por el modo de crearse, distribuirse y disfrutarse al margen de las jerarquías habituales, los protagonistas prescritos y los guardianes de toda clase“.

Y que la cultura no es sólo propiedad de “profesionales” que pueden “apagarla” cuando decidan, no es sólo un sector acotado de creadores y consumidores, sino procesos populares que lo desbordan y emborronan.

Por aquí va para mí el pensamiento crítico, no repetir la enésima denuncia obvia de lo malos que son los malos, sino permitirnos ver y valorar todo lo que fuga y abre fisuras, recrear la mirada sobre todo lo que pasa desapercibido o sin valor.

#lecturasconfinadas

1 de mayo

¿El momento de lo común?

Hoy podremos salir todxs a la calle en varias franjas horarias.

Por lo que sabemos, el virus “no ha pasado“. Esto es, podría haber nuevos contagios y un rebrote. Perfectamente. No ha cambiado nada en ese sentido de dos meses a esta parte.

Sin embargo, el control se relaja. ¿Cómo puede saber la policía que he salido hace una hora y no dos?

Es decir, da comienzo un experimento de regulación pública-estatal y de autoregulación individual y colectiva. Power to the people ahora es literal: tenemos el poder de matar o de proteger. Cada uno.

Es un experimento bastante increíble y de él dependen muchas cosas como sociedad en el futuro. Podemos limitarnos a acatar las normas dictadas desde arriba: muchas son muy razonables, pero ¿otras? ¿Están pensando en lo común o protegiendo a distintos lobbys?

El Estado es muy ciego a la pluralidad y singularidad de formas de vida: a sus diferencias, sus asimetrías, sus tensiones. Lo hemos visto muy claro durante esos dos meses: se legisla como si la sociedad entera fuera una clase media más o menos acomodada.

Sólo desde la sociedad misma podrían atenderse esa pluralidad y singularidad de las formas de vida. Cuidarnos desde ellas, sin anularlas.

Entre las medidas puramente verticales o policiales y el riesgo de rebrote, sólo formas de empoderamiento social pueden inventar diagonales y tangentes. Desde la vida misma y no desde un deber ser abstracto.

Es el momento de lo común del que tanto se habla, pero que es más difícil de materializar que de enunciar. Sobre todo en sociedades muy atomizadas como la nuestra, sin estructuras comunitarias fuertes.

Las decenas de grupos de ayuda creados ya lo están haciendo en el plano social, repartiendo comidas, etc. Es una especie de 15M con mascarilla. ¿Y en el nivel digamos de salud pública? ¿Podrían activarse capas de una cierta autogestión de la distancia social de cuidado? ¿Otras maneras de estar juntos estando separados?

Entre las alternativas infernales (obediencia/muerte, miedo al otro/irresponsabilidad), sólo una inteligencia colectiva puede inventar fugas.

No sé si estamos a la altura del desafío…

4 de mayo

Los nuevos Bartlebys

Los que han sabido -y podido, por supuesto- hacer de este momento de interrupción radical algo gozoso…¡ahora resulta que no quieren salir de casa!

Se entiende perfectamente, ¿no? Fuera, está el neoliberalismo, con su mandato de producir(se) y consumir(se), con su estrés y ruido derivado.

Hemos vivido un poco como monjes reducidos a las “actividades esenciales” -con la pregunta vital de qué es eso de lo esencial- y le puede coger uno el gusto a ese tipo de retiro y retirada.

Apagón del ser, partir de lo que hay, disfrutar con poco, ingeniárselas, reapropiación del tiempo, vivir sin proyectar, en vano…

Una deserción interior, en el orden de las prioridades, ¿puede prolongarse en el exterior? Un nuevo ascetismo, invulnerable a la tentación del demonio neoliberal: “siempre más“.

¿Interesa interrogarse por este “preferiría no salir“?

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Pensamientos sobre “Pensamientos sin cuarentena13 min read

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