Vivimos insensibles al suelo bajo nuestros pies,
nuestras voces a diez pasos no se oyen.
Pero cuando a medias a hablar nos atrevemos
al montañés del Kremlin siempre mencionamos.
Sus dedos gordos parecen grasientos gusanos,
como pesas certeras las palabras de su boca caen.
Aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha
y relucen brillantes las cañas de sus botas.
Una chusma de jefes de cuello blanco lo rodea,
infrahombres con los que se divierte y juega.
Uno silba, otro maúlla, otro gime,
solo él parlotea y dictamina.
Forja ukase tras ukase como herraduras
a uno en la ingle golpea, a otro en la frente,
          en el ojo, en la ceja,
Y cada ejecución es un bendito don
que regocija en el pecho del Osseta.*

Vivimos sin percibir el país bajo nuestros pies,
nuestras palabras a diez pasos no se oyen,
y donde con una breve charla basta,
nos salen con el montañés del Kremlin.
Sus gruesos dedos son como gusanos, sebosos,
y sus palabras exactas, como pesas macizas.
Sus ojos de cucaracha se ríen,
y las cañas de sus botas refulgen.
Le rodea una chusma de líderes de cuello escuálido
se recrea con los servicios de estos desgraciados.
Uno silba, otro maúlla, otro lloriquea,
pero solo él dispone y dicta.
Nos lanza decretos y decretos como si fueran herraduras,
a uno en la ingle, a otro en la frente, en la ceja o en el ojo.
Para él, cualquiera de sus castigos es algo exquisito
e hincha su pecho de oseto, anchísimo…*

Dejá un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *