por Silvia Duschatzky

Sandrine Bédouret se mete con la enseñanza de la poesía. Y la distingue del poema. Lo hace analizando los programas del sistema educativo en Francia. Sin embargo su invitación es a pensar las cualidades poéticas de un texto, las maneras de percibir, de sentir y de hacer que se sienta a través de las palabras.

El palabrerío no nos da tregua, la cultura de la imparable conexión nos lleva puestos, la vida vuelta marketing y mercancía nos anestesia. Y la escuela atrapada… ya no en el disciplinamiento represivo de cuerpos.

El paradigma del signo se posa donde más le conviene al poder, sugiere Sandrine. Y así la escuela se dibuja como el receptáculo de las representaciones de turno: capacitación compulsiva, proyectos salvadores de cada problema que alerta, protocolos normalizantes, cultura del coaching.

Urge hacerle algo a la lengua escolar. Desempolvarla de cada imperativo coyuntural. Hacer parir un pensamiento que la invente. Ni la renueve, ni la cambie en nombre de una moral “ciudadana”, ni la aggiorne de modernismo banal. Que la invente.

No es la alternancia de palabras consagradas lo que la escuela necesita. No hay riesgo en esto. No lo hay en el aprendizaje congelado de un objeto de estudio. No lo hay en la memorización ni en las nomenclaturas ni en el rendimiento exitoso. No lo hay en la cultura del entrepeneur. Ni en la patina del buenondismo.

El riesgo está en el poema. Poema, no composición en versos sometidos a una métrica y una rima. Actividad interrogativa del lenguaje. En este surco se mueve Sandrine. Y entonces la pregunta por el valor. No el que sancione la academia, el estado, el curriculum, el eufemismo de “sociedad”. El poder.

El valor es hacerle algo a la lengua. El valor consiste en hacer que un texto, una obra, una situación cotidiana, una expresión popular, testimonios históricos sigan trabajando en las operaciones receptivas e inventivas. El valor implica encontrar la pregunta que moviliza las potencias deseantes de aprender.

Hacerle algo al texto que sigue, algo que toque las fibras sensibles de los lectores y de su tiempo.

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