“Somos nosotros”

El programa Envión se propuso en 20051El programa se impulsa con fuerza entre 2008 y 2009 en Avellaneda, época en la que me incorporé. En 2010 pasa a ser un programa provincial con la asunción del entonces intendente Baldomero “Cacho” Álvarez como Ministro de Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires. desde el Estado (en principio, desde el Municipio de Avellaneda) como dispositivo para “recuperar” a los jóvenes que habían dejado la escuela. Para eso, conformó equipos técnicos por cada sede territorial y convocó a un puñado de llamados “ni-ni” (ni estudian, ni trabajan) de entre 12 y 18 años a participar de una serie de actividades “educativas” no formales. En la sede de Villa Corina, los que integrábamos el equipo técnico nos proponíamos simplemente realizar un buen trabajo, ya que para la mayoría de nosotros se trataba de un ámbito nuevo. No teníamos expectativas claras de ante mano, solo algo de desconfianza respecto de los alcances de un programa social municipal y la cierta “inexperiencia” de varios de nosotros en el trabajo con jóvenes2villa corina.

Por su parte, los pibes de Corina traían alguna inquietud sobre el contenido de las actividades, seguramente atraídos también por la beca de $350, y cierta vanidad de pertenecer a un programa barrial “exclusivo”, ya que los cupos eran muy limitados. Los anhelos materiales no superaban las expectativas de que el Envión trascendiera sus propios enunciados. En algún punto, nos cargamos de curiosidad cuando nos dejamos llevar por la aventura corinera. La actitud inicial se vio desbordada por las ganas de estar ahí en la medida en que íbamos descubriendo las grietas del programa o, al menos, de su carácter institucional. Por tratarse de una experiencia –al menos se trata en este artículo de afirmarlo así–, justamente, es difícil de operacionalizar y de codificar en qué consistieron esas alteraciones afectivas, subjetivas. Pero quema, sí, la certeza de que nuestro paso por Corina nos sacudió. Nos mostró otra forma de ver la política pública, la pobreza, los pibes rochos, los chetos, los recursos, los vínculos, las intervenciones…

1. Un dispositivo de encuentro

Como todo programa social, el Envión se propone una serie de objetivos claros, una población “beneficiaria” delimitada y un encuadre de funcionamiento. Desarrolla una estrategia en donde fluye determinado juego de intereses.

El quehacer del Envión nos planteaba contradicciones constantemente. Siempre transitando la delgada línea que existe entre la construcción de vínculos potentes y la forma heroica que asumen a veces las intervenciones, reproduciendo jerarquías preexistentes.

Por un lado, los mentores del programa que apuestan a acrecentar su rédito político y a mejorar sus posiciones en la estructura de gobierno; por otro, los que encarnan el estigma del “ni-ni” en cuerpo y alma, que también le sacan tajada al Envión. En tanto dispositivo, el Envión conlleva un discurso definido, de tinte progresista a la Conurbano, que apunta a convalidar la mirada integral de la política pública, apostando a la “inclusión social” desde distintas prerrogativas jurídicas estatales: derecho a la educación, derecho a la salud, derecho al entretenimiento, derecho a ser productores culturales… Este discurso tuvo su primer anclaje institucional en la Dirección de Inclusión Social, desde donde se coordinaba a las distintas sedes (en villas y barrios populares de Avellaneda) para que pudieran orientar la vida de los jóvenes que se encontraban en “situación de vulnerabilidad social” hacia horizontes de utilidad para la sociedad. “Llamaré dispositivo a cualquier cosa que tenga de algún modo la capacidad de capturar, orientar, determinar, interpretar, modelar, controlar y asegurar los gestos, las conductas, las opiniones y los discursos de los seres vivientes”3Agamben, G. ¿Qué es un dispositivo? Cuadernillo de distribución gratuita de la Fundación Centro Psicoanaítico Argentino. 2012. Traducción Ariel Pennisi., dice Agamben. Lo que el Envión tiene de dispositivo deja ver un modelo de vida propuesto, prácticas condenadas y, en general, toda una percepción ya codificada de “lo social”.

Sin embargo, una de las mayores potencias del programa en Avellaneda fue su desarrollo necesariamente territorial, haciendo su despliegue y cobrando vida en cada barrio de una manera particular. Este tipo de territorialidad puso en jaque parámetros universales abstractos o burocráticos de funcionamiento, no solamente por una suerte de respeto a las particularidades de cada barrio, sino por el diálogo que se fue armando con la dinámica propia de cada situación. Escucha atenta a sus planteos, a su historia. ¿Qué le cabe a los pibes de cada barrio y qué no?

Esto hizo que el Envión se convirtiera en una institución algo flexible, en permanente movimiento. Su (supuesta) apuesta integral lo obligaba a ser sensible a modificaciones y poco rígido, pero, al mismo tiempo, ostentaba su carácter institucional –en un sentido más clásico– para sostenerse y perpetuarse a pesar de la diversidad territorial de su despliegue. Ese mínimo de institucionalidad le permitió al Envión ofrecerse, implementar una base, un espacio físico, un encuadre que puedo habilitar incluso lo que excede al encuadre mismo. El programa Envión se estructuraba a partir de distintas patas. Una fundamental que era la educativa, desde la que se ofrecía apoyo escolar, se articulaba con las escuelas del barrio y comprendía el seguimiento escolar de cada pibe. Con el tiempo, pudimos tender puentes con otros espacios educativos –como los bachilleratos populares– que ofrecían soportes más interesantes que la escuela tradicional. También se articulaba con centros de formación profesional en los que se daban cursos de oficio y, a través del municipio, se ofrecían pasantías laborales. Otro eje importante era el recreativo, que coordinaba distintos talleres (recreación, murga, arte, música) como espacios de socialización y creatividad. Estas áreas se vieron envueltas en un curso mutante, ya que tanto el apoyo escolar, como los oficios y los talleres tuvieron que ir variando la propuesta inicial en función de la dinámica misma de los vínculos. Fue necesario un proceso de acercamiento para conocerse. Conocer los gustos e intereses de los pibes y las posibilidades de los profes. Se iba conformando un cotidiano que no había sido imaginado, pero que despertaba la imaginación.

A diferencia de la escuela moderna, el Envión, más contemporáneo, acogía la precariedad que nos constituía a todos: pibes, profes y equipo. ¿Apareció el Envión como una institución pos-estatal? Si el programa, en su carácter de política pública, se podía proponer “reinsertar” a los pibes en la escuela, eso tiene que ver con las categorías disponibles en la idiosincrasia estatal (tanto en el municipio, como en las cabezas de varios de nosotros). Pero puertas adentro –parece que se había abierto una puerta– pasaba otra cosa. Sabemos que la versión corinera del Envión no se sostenía desde un principio de autoridad a priori, sino desde un acompañamiento mutuo, desde un mantenerse al lado del otro. Por eso la dificultad para nombrar el vínculo entre pibes y el equipo técnico: ni profes, ni parientes, ni amigos. Éramos integrantes, agentes, bichos de esa experiencia compartiendo el cotidiano, los dramas y las alegrías. Quizás, en nuestro caso, referentes, puntos de apoyo. ¿Pero de qué?

Teníamos la sensación de que la escuela no se pensaba a sí misma y que tal vez ahí resida su pérdida, ya no solo de eficacia, sino de vitalidad. El Envión se pensó, logró reinventarse constantemente, manteniendo una actitud de elaboración permanente, partiendo de lo real cotidiano. Una de las características de su andar consistió en que nunca se logró la planificación a largo plazo; era imposible de sostener. Al principio lo vivíamos como un fracaso, pero a la distancia se percibe como una potencia. La cuestión pasaba por estar atentos, dispuestos, bancar el lugar.

La actitud inicial se vio desbordada por las ganas de estar ahí en la medida en que íbamos descubriendo las grietas del programa o, al menos, de su carácter institucional.

La institucionalidad tradicional mantiene una suerte de “cerco” claro y nítido, dentro del cual son explícitos sus objetivos y medidos sus alcances. Las distintas dependencias se dedican a su supuesta especialidad y evitan dedicar energía en todo aquello que podría “trascender” su responsabilidad estricta. Instituciones como los servicios sociales de atención de los derechos de los niños y adolescentes, los hogares y paradores de niños y jóvenes, entre otras por el estilo, son especialistas en no hacerse cargo de nada que escape a su “jurisdicción”, es decir, especialistas en ser especialistas. En el Envión corría la sensación contraria. Parecía que todo lo que tuviera que ver con algo de la vida de los pibes y su familia podía ser de nuestra incumbencia. ¡Menuda sensación! Aparecía una tensión entre la exigencia del Municipio –que pretendía por momentos del Envión soluciones a escala de la coyuntura política– la demanda de los pibes –que genuinamente se apoyaban en nosotros para resolver sus cuestiones– y un equipo que no pretendía salvarle la vida a nadie. En el equipo se daba una discusión permanente sobre qué cosas podíamos absorber y sobre cuáles nos excedían o directamente “no correspondían”. ¿Era nuestra responsabilidad acompañar a una de las chicas al Tobar García y administrarle su medicación tres veces al día porque la psiquiatra no confiaba en sus padres? ¿Dependía de nosotros la continuidad de su tratamiento? ¿Cuántas veces más podíamos salir a recorrer Retiro o Constitución para buscar a un pibe de 12 años cada vez que se iba de su casa? ¿Hasta dónde teníamos la capacidad de buscarle hogar a otro de ellos porque su madre adoptiva había “dado de baja” a su guarda después de 7 años de tenerlo a su cargo?

En particular, yo trabajaba en la pata “sociocomunitaria”. Bajo ese nombre que, por pretencioso, no dice demasiado, con mis colegas acompañábamos a los pibes en todo lo que escapaba a campos delimitados de antemano. Éramos quienes pateábamos el barrio todo el día, recorriendo las casas de los chicos, hablando con sus familias, visitando a los referentes históricos de Corina y a sus instituciones. También acompañábamos a los pibes al tratamiento del CPA (Centros Provinciales de Atención), a los tribunales de Lomas o Banfield, al Tobar, a la defensoría o al servicio local, al hogar, al parador, a la comunidad terapéutica, a la comisaría, al hospital, a la psicóloga o a la salita de salud.

El quehacer del Envión nos planteaba contradicciones constantemente. Siempre transitando la delgada línea que existe entre la construcción de vínculos potentes y la forma heroica que asumen a veces las intervenciones, reproduciendo jerarquías preexistentes.

Parecía que todo lo que tuviera que ver con algo de la vida de los pibes y su familia podía ser de nuestra incumbencia.

Estaba claro que no le queríamos gestionar la existencia a nadie, que los pibes no eran ni víctimas ni culpables. Coincidíamos en que nuestra presencia ahí, nuestro pasaje por Corina, tomaba sentido si habilitaba el encuentro en el que nos diéramos la autonomía y apertura para pensar qué estábamos haciendo y qué nos estaba haciendo4birra villa corina.

2. Vínculo genuino

Las instituciones suelen establecer relaciones entre sus miembros de tal o cual manera. Los lazos ya estarían definidos, los roles asignados. En la experiencia del Envión Corina ese rasgo se fue desdibujando. Los vínculos estaban por inventarse. En nuestra tarea de intentar acompañar a los pibes ampliando el horizonte de lo posible, complejizando las estrategias, se gestaron vínculos potentes y genuinos. Ahí donde los “350 pe” pasaron a un segundo plano, ahí donde los pibes confiaron su intimidad en busca de un consejo o de complicidad, ahí donde se fomentaron amistades impensadas, relaciones de amor y de odio, ahí donde los pibes se tomaban una “Manaos” abajo del árbol, ahí donde no hubo jerarquías en la mesa de ping-pong, ahí donde se dieron charlas femeninas entre chicas, ahí donde el planteo era “somos nosotros”, no actuó el Envión como dispositivo de política pública que pudiera reglamentar los vínculos5Mundo corinero.

¿Qué se jugaba en el vínculo entre los pibes y el equipo? ¿Qué pasaba en ese cotidiano? Vínculos de confianza, de apoyo, también de confidencia y complicidad. Vínculo poroso, abierto, a veces incluso en carne viva. Recuerdo una situación en la que la pregunta por los modos de relacionarse se me presentó con fuerza: hacía un año que me encontraba trabajando en el programa. Por esas cuestiones inexplicables del ser humano, mi relación con Pablo, uno de los chicos, se había vuelto especialmente afectiva. Simplemente, nos caíamos bien. Su drama familiar lo llevó a estar algunos meses en un hogar infantil en Boedo, lejos de Avellaneda, y en el Envión estábamos por festejar el primer aniversario de la Sede Corina. Quería que Pablo no se perdiera la fiesta, así que aproveché la excusa de llevarle la invitación para ir a visitarlo.

No teníamos expectativas claras de ante mano, solo algo de desconfianza respecto de los alcances de un programa social municipal y la cierta “inexperiencia” de varios de nosotros en el trabajo con jóvenes.

Fui después de la jornada en el Envión, cerca de las seis de la tarde. Ya estaba oscureciendo y la luz natural no entraba en el hogar de Boedo. Pablo estaba solo, los otros chicos se habían ido a alguna actividad. Justo en frente de la oficina de las autoridades, estaba su habitación. Nos sentamos en su cama de colchón finito, sin almohada. Me contó que la noche anterior unos compañeros le habían robado sus zapatillas (una la encontró flotando en el inodoro) y que había conseguido un candado más grande para su armario porque ya le habían sacado su desodorante y otras cosas. A pesar de la imagen dolorosa que me generaba la situación, intenté alegrar a Pablo con relatos del Envión, contándole anécdotas divertidas de sus compañeros y de los preparativos para el aniversario. Charlamos un buen rato y emprendí mi regreso. Con un fuerte abrazo le pedí que fuera al festejo, que el Envión quería que estuviese ahí ese día. Me fui del hogar con la imagen de Pablo detrás de la reja de entrada, esa especie de barrera para que ningún chico se escape. Durante el viaje de regreso no pude parar de llorar. Ese hogar era todo menos un hogar, era la negación del deseo y la vulneración de derechos vueltos una arquitectura. Me pregunté desde aquel entonces qué trabajo podía hacer el Envión para transformarse en un espacio diferente, que fuera capaz de no disminuir las potencialidades de los pibes, y de no faltarles el respeto. El Envión sólo contaba con los pibes y el equipo de trabajo, y la disposición de la que fuéramos capaces. Pablo, por suerte, apareció el día del primer cumpleaños del programa. Nuestro encuentro por fuera del ámbito formal había fortalecido el vínculo. Construimos cierta complicidad que permitió aumentar la confianza y transitar juntos muchos momentos más, con situaciones más felices.

El Envión nos invitó a una situación sin muchas prefiguraciones que permitió la producción de nuevas formas de interactuar. El desafío pasaba por el armado mismo de los vínculos, que no estaban garantizados. El cuerpo a cuerpo diario forjó relaciones de cuidado que produjeron vínculos genuinos. Resuena algo que se plantea en Pura suerte: “Lo genuino es la señal de que en verdad algo (nos) pasó. Pasó, atravesó los cuerpos.”6Barrilete cósmico. Pura suerte. Pedagogía mutante. Buenos Aires: Tinta limón. 2011 link En ese sentido podemos hablar de una experiencia.

La relación con los pibes era bastante llana. Los pibes no estaban ni sobreestimados ni subestimados. Algo nos igualaba, ya que nadie sabía exactamente de qué se trataba el pasaje por el Envión. Tuvimos que inventarlo, coproducirlo y pensarlo; eso nos ubicaba a todos a la misma altura… Había que estar, entonces, a la altura de eso.

Los chicos llegaban diariamente, muchos se quedaban más horas de las que tenían que cumplir por programa, compartíamos desayunos, almuerzos y meriendas hablando de nuestras cuestiones cotidianas, nos pedíamos consejos, nos gastábamos entre nosotros, nos reíamos de nosotros mismos. Disfrutamos del mismo humor y logramos entender de angustias y placeres. Llegamos a poder leernos. Se fue generando una manera de estar entre nosotros. Era fundamental consensuar pautas y hacerse cargo entre todos de nuestros acuerdos. Por ejemplo, una regla que se planteó entre todos era respetar los horarios de taller o de apoyo escolar y jugar a la pelota sólo en los espacios libres. Este pacto no funcionaba como una bigoteada, sino que intentaba que los pibes no se perdieran las actividades de los profes, que no se quedaran únicamente con sus actividades conocidas.

Lo más “revolucionario” pasó por hacer la experiencia de esos vínculos. No sé qué alcances tuvo el apoyo escolar o el hermoso taller de ensamble musical, pero sí sé que ese afecto mutuo nos dejó huellas. De alguna manera, mientras trabajamos ahí asumimos que había una situación compartida. El drama de los pibes era un poco nuestro drama y sus alegrías también eran nuestras. Más allá de las herramientas profesionales que cada uno podía llevar en sus espaldas, esa empatía se logró por otros medios. “Yo hubiera terminado mal, si no me hubieras mirado con confianza” fueron las palabras de Pablo, un día antes de irme del Envión. Perdura esa sensación de compromiso con la vida del otro, esa caminata compartida…

3. Habitar el Envión

Algo que repetían las escuelas es que los chicos iban (cuando iban) a clase pero que cada uno estaba en la suya o estaban haciendo cualquier otra cosa. Y tal vez tenga que ver la heteronomía de la propuesta escolar, ya que no requiere nada de los alumnos más que su disciplina o su inercia. La dinámica del Envión marcaba otro pulso. La presencia era lo que hacía el espacio. La presencia, un estar ahí, pero también, y con mucha fuerza, ser ahí. En el Envión se habitaba. “Somos nosotros” era la proclama o el grito de guerra, el guiño y la afirmación. Hugo Mujica dice que “Cuando el estar es un habitar, cuando la casa se enciende hogar, entonces no meramente se está, también se nace.”7Mujica, H. La casa y otros ensayos. Madrid: Vaso roto Ediciones. 2008. Y quizás el Envión nos haya hecho nacer de nuevo a varios en nuevas formas de ser.

Desde la presencia se fue creando la forma de estar. A partir del entusiasmo en algunos talleres se fueron armando proyectos nuevos, que se excedían del dispositivo Envión. La banda de música, la murga o el documental de “los pibes de Corina” son ejemplos de eso. Somos nosotros tocando, bailando, filmando, haciendo radio. Cuando los espacios se volvieron habitables, se hizo visible la potencia de los pibes. Se habían creado las condiciones de esa visibilidad. Mientras el pianista de la banda de música estaba ensayando, no estaba “en conflicto con la ley”; mientras el zurdero de la murga estaba tocando, no era cartonero; mientras el director del documental estaba filmando, no llenaba las filas de un acto político para “hacer la moneda”. El Envión se transformó en un ambiente propicio para su creatividad, no el talento como caricatura de la potencia, sino la potencia como excedente respecto de cualquier expectativa o mandato. Se trató de habitar un espacio en conjunto, confiando en el propio movimiento del proceso. Lo transformador fue el modo creado para andar juntos, verificar que otro vínculo era posible.

4. Apuesta

El Envión de Corina fue habitado en la medida en que la estructura con destino de programa se agrietó y habilitó una experiencia. La apuesta tomó la forma de una nueva configuración de las relaciones. La apuesta, creemos darnos cuenta, pasó por exceder el dispositivo “política pública” y aventurarse a otra forma de estar juntos. En ese sentido, se inventó un nosotros que, reconociendo el objetivo explícito del programa –por otra parte, creemos que alcanzado– y las demandas que forzaron su existencia, alteró nuestra forma de disponernos, ampliando nuestra percepción.8Libro que dialoga con el encuentro

A diferencia de la escuela moderna, el Envión, más contemporáneo, acogía la precariedad que nos constituía a todos: pibes, profes y equipo. ¿Apareció el Envión como una institución pos-estatal?

Cotidianamente se fueron estimulando lo proyectos de vida de todos (o las vidas sin demasiado proyecto). La apuesta generó condiciones de decisión en los recorridos singulares, según lo que fuera más potente para cada quien. No se trataba de lo que estuviera “bien”, sino de lo que estaba bueno para cada pibe. Un pasaje de la moral institucional a la ética del acompañamiento o, mejor aún, del compañerismo. Si nos entristecía ver a un pibe consumir y caer en cana con frecuencia, no era porque reprobáramos sus prácticas, sino porque nos afectaba el cariz autodestructivo. Y está muy clara la diferencia, no por razones teóricas, cuando media el afecto. Verlos disminuidos y desubjetivados nos disminuía. Por el contrario, cuando se los veía llevarse el mundo por delante, unas veces cantando, otras haciendo radio y hasta eligiendo volverse madres y padres invirtiendo lo que muchas veces fue drama, nos alegrábamos. Se trataba de complicidad, a pesar de los roles distintos, a veces en la superficie y otra veces borrosos. Mi trabajo formal en el Envión terminó hace tres años y, más allá de conservar algunos de los vínculos nacidos en ese período, mi pasaje por esta experiencia me dejó marcas9. En cada reencuentro con los compañeros de equipo surge la necesidad de traer algún recuerdo o reflexión sobre qué nos pasó con nuestra participación en el programa, y no pasa un día sin que me den ganas de saber en qué andan los caminos de los pibes de Corina.

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Notas   [ + ]

1. El programa se impulsa con fuerza entre 2008 y 2009 en Avellaneda, época en la que me incorporé. En 2010 pasa a ser un programa provincial con la asunción del entonces intendente Baldomero “Cacho” Álvarez como Ministro de Desarrollo Social de la Provincia de Buenos Aires.
2. villa corina
3. Agamben, G. ¿Qué es un dispositivo? Cuadernillo de distribución gratuita de la Fundación Centro Psicoanaítico Argentino. 2012. Traducción Ariel Pennisi.
4. birra villa corina
5. Mundo corinero
6. Barrilete cósmico. Pura suerte. Pedagogía mutante. Buenos Aires: Tinta limón. 2011 link
7. Mujica, H. La casa y otros ensayos. Madrid: Vaso roto Ediciones. 2008.
8. Libro que dialoga con el encuentro
9.