La risa y la escuela

Tutorías paramilitares
por Luisa Gómez

Colegio privado, laico, barrio de Caballito. 3er año, 37 almitas en un cuarto. El grupo en mi clase (y otras también) tiene un bajo rendimiento, se muestran dispersos, se aburren estando en el aula. La clase las más de las veces es caótica y fragmentada. Algunos pasan por problemas de drogadicción y problemas familiares que me voy enterando por distintas fuentes, el aula es una peluquería.

El colegio cuenta con un Sistema de Tutorías. No tengo idea de qué es, me entero mientras lo voy viendo funcionar, el mismo proceso ocurre con el resto de cuestiones institucionales del funcionamiento del colegio, incluida la localización del baño.

Las clases con este curso se ven frustradas, no pegamos onda. No les gusta la materia o no les gusto yo, o en ese orden. Somos un matrimonio de 30 años de casados. Siento una fractura en el aula apenas entro. La diversidad del curso me abruma. Hay chicos que ya deliran con Stanley Kubrick y hay otros que fueron al cine a ver ‘Life of Py’ y no la entendieron. Es dar clases en un pelotero, nunca sé con qué seres me voy a encontrar.

Una vez les sugiero que hablen en la hora de Tutoría como un debate abierto, como un taller, como les parezca, pero que hablen. Los veo muy enroscados, me da la sensación de que viven todo como un gran dilema. Son muy dramáticos pero si les digo esto, ¿adivinen qué me harían?

Después de lanzar la idea, un alumno me responde que la hora de tutoría es una calesita. Un poco de apoyo, firma de libros, confección de planillas, wasap con las chicas, salidas pedagógicas a la fábrica de cajas, lo que dé. El diálogo se establece con uno solo, ‘los del frente’. La clase generalmente permitía una microsecuencia con los que están cerca del pizarrón y del corazón de la seño. Como en todo régimen, la gracia del Soberano les llega a los que están a menos distancia.

En la misma charla, un alumno me comenta esbozando una maravillosa sonrisa, que en realidad “la hora de tutoría” se la destinaba a “denunciar a los profesores, es el espacio de denuncia”. El chico transmutado en grinch me mira, yo entro en una anagnórisis eterna.

¿Qué es esto de ‘denunciar’ profesores en la hora de tutoría? Simple. Te sacás una mala nota porque no estudiaste, vas a hablar con un tutor arguyendo las más disparatadas excusas (acá no se escatima, si hay que matar abuelas para zafar, se mata. Padres separados, adicciones, todo sirve). El tutor busca al profesor en cuestión y lleva a cabo una suerte de apriete para los mal pensados, una sugerencia, un consejito sano de la abuela. Si lo entendiste bien, ya sabés qué hacer. Si no, esperá en cualquier momento el llamado aleccionador de la directora. A todo esto el que tenía la baja nota anda allá, en la suya, esperando que el Pato Fontanet salga de la cárcel porque es inocente.

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