¿Qué cosas nos resultan transitables? ¿Habría infinitas maneras de tránsito? ¿Se trata solo de un pasar inadvertido? Lucrecia Martel en “Territorios transitablesI)Conversación con Lucrecia Martel. Material inédito. relata el diálogo que mantuvo con una mujer de Vicente López:

…en el Partido de Vicente López se estableció una gran lucha por un terreno fiscal en el que quieren hacer una serie de edificios privados. Ella, al narrar el episodio, acaso me brindó la clave para resolver la relación entre el Mercado y nuestras vidas. Me dijo: “para que un lugar del disfrute de todos deje de serlo, el primer paso es perimetrarlo; una vez perimetrado crecen los yuyos y se convierte en un baldío donde los vecinos, por comodidad, tiran la basura; cuando ya dos vecinos tiraron la basura muchos vecinos empiezan a hacerlo, entonces el lugar se va transformando en un basural donde alguien a quien se le murió el gato lo tira, da mal olor, los vecinos se quejan, quizás algún ladronzuelo se esconda escapando de la policía… para los vecinos el terreno se transformó en el aguantadero y, después de un par de años de semejante degradación del espacio, es muy fácil que venga una empresa privada con la solución de un extraordinario proyecto y pida el terreno para un hermoso parque en el que proyecta construir un edificio con galerías comerciales y qué se yo, pero a la vuelta va a haber un lindo parque por el que van a poder pasear los vecinos. Frente al gato muerto y el basural mucha gente está dispuesta a apoyar la idea del centro comercial o el paseo de compras”. Aquí está la génesis de la pérdida de un bien común. Para decirlo de una manera romántica, se trata de la enajenación de la belleza. Del tiempo bello… La mujer me brindó un relato de cómo se podía perder un espacio público en manos de los proyectos hijos de la concentración de capital -porque ninguno de estos proyectos inmobiliarios puede hacerse si no hay una enorme capacidad financiera.

Este pequeño fragmento ofrece una de las claves del funcionamiento del capitalismo de todos los tiempos: la desertificación.

Para que un espacio sea enajenado tiene que dejar de pertenecernos, agrega Martel. El punto es que la pertenencia, o por lo menos la que nos interesa pensar, no se juega en afiliaciones, comunidades de sentido adjudicados, conjugación de roles y funciones. Estamos o no tocados por las cosas que vivimos. Pero hete aquí que este choque involuntario no se asemeja a emociones compasivas o solidarias sino a una suerte de “mímesis” o proximidad sensible con las materialidades profusas, susceptibles a cualquier bifurcación. Poblar la escuela o cualquier otra práctica social implica dejarnos tomar por el “monstruo” y entrar en una zona de trabajo que capture eso del ser de las cosas que es devenir y ese devenir que hace ser otra cosa.

Podemos ir diariamente a la escuela, podemos echar mano a los miles de artificios disponibles en las góndolas institucionales, podemos pasar uno que otro día sin sobresaltos y sin embargo no poblar ni sentirnos poblados allí. La escuela, o cualquier otro espacio institucional, se mercantiliza si sólo se vuelve mecanismo de intercambio desertificado de un pensamiento que interrogue las formas de afectarnos. Algo de nosotros no se inquieta si sólo nos gana el cansancio, la bronca, la inmunización o la compulsiva capacitación. Todo en cualquier momento puede malogarse, piensa Souriau.II)Souriau, E. Los diferentes modos de existencia. Cactus, Buenos Aires 2017 Sin actividad, sin inquietud, sin error, no hay ser. La obra no es un plan, un ideal, un proyecto: es un monstruo que somete al agente a un interrogatorio.

Los textos que hacemos circular en este Número comparten una operación caotizante. Movimiento que resiste a la desertificación afectiva-pensante en tanto deja caer imposturas retóricas que nos distancian de las mutaciones. La operación caotizante no busca el desmadre, sino separarse del ajetereo gestionario o de los relatos “muletillas”, para estar en proximidad con aquello que late en las superficies subterráneas de las evidencias

Frente a la fuerza omnipotente y omnipresente del Mercado, está el territorio, lo continuo, la geografía que nos rodea, incluso la lengua que nos rodea y los intercambios que nos damos, y que convierten a esa geografía en un cuento que podemos contarnos, sobre el que podemos inventar cosas y que en definitiva nos apropiamos. Si lo propio del Mercado es, y cada vez más, el no-territorio, nuestra resistencia es hacer territorio, contarnos, traficarnos lo que hacemos y cómo nos vamos inventando una vida para vivir.

En tiempos donde la “obviedad” avanza; donde una sensación de impotencia nos embarga en proporciones crecientes de nuestras vidas; donde los malestares se hacen carne; donde la precariedad de la existencia es notoria, tanto que ya la indistinguimos; donde ya no quedan casi modos de imaginación por fuera del orden dominante del mundo; donde lo que cambia es la marcha con la que el capitalismo todo lo devora; donde lo sutil es cada vez más inadvertido; donde la soledad prolifera, resulta imprescindible pronunciarnos…

Este es, si se quiere, nuestro gesto político.


Índice

 

Share on FacebookShare on Google+Tweet about this on TwitterPrint this pageEmail this to someone

Notas al pie   [ + ]

I. Conversación con Lucrecia Martel. Material inédito.
II. Souriau, E. Los diferentes modos de existencia. Cactus, Buenos Aires 2017