Uno, dos, mil ricos fracasos

Si no estuvieran los chicos, la escuela no tendría razón de ser: hay evidencias que sin embargo es preciso, a veces, volver a enunciar. Los chicos nunca son un escollo, ni un obstáculo; sí, en cambio, un problema. Los chicos-problema pueden dar dolores de cabeza, también alegrías enormes por lo que se logra armar. Siempre, son una invitación al pensamiento –invitación ciertamente violenta, como es lo real-.

Es gracias a los pibes que provocan un no saber qué hacer que la escuela puede pensar sus formas posibles. Pensar, investigar, probar. ¿Éxito y fracaso qué son, cómo se miden? ¿Qué es un “resultado”? Se diría que los intentos de la escuela por contener a Bruno fracasaron –ya decir “intentos” es una elección terminológica con implicancias-, por cómo terminó la historia: Bruno fuera de la escuela. Pero ese es el final de la historia solo desde un punto de vista, bajo una expectativa determinada (que sabe lo que tiene que pasar). No se sabe cuál es el final de la historia. Sí se sabe que la escuela no sabía cómo ser una morada para Bruno, y ensayó. Que Bruno le ponía una pregunta a la escuela y esa pregunta no fue dejada sin experiencia. Se hizo la experiencia de una pregunta.

Hay una escena de Lost: -“Vos traés gente a la isla, y al final, siempre termina igual”. –“Al final puede ser. Pero todo lo que pasa en el medio, es puro progreso”. Más allá del ideologema progreso (como si se avanzara en línea a un objetivo preexistente y destinal), al liberar a las prácticas del juicio del final –de la condición juzgante de su presunto final-, se habilita mucha potencia: la potencia de la experimentación de las formas, la potencia de los recorridos. Después de “fracasar” con Bruno, la escuela ahora tiene mucho más amplia la imagen de lo que puede –y Bruno, acaso, acaso también.

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