Planificación accidentada

Leer -muchas veces- es colgarse. Se nos filtra un cuelgue que más que interrumpir la lectura la acompaña, nos deja “ahí”, como en activa pausa, demorando el acto de leer para pegarnos una aventura que arma una constelación de sentidos y conexiones posibles.

 

Cuando leí pensaba lo fértil que puede resultar un trabajo docente que organice el laburo con los pibes de modo orgánico, gestando algo así como una planificación que necesita accidentarse y ponerse en riesgo en ese gesto de llevar y traer relaciones (inquietudes, preguntas, curiosidades… cosas). Involuntaria, como el cuelgue en la lectura, la “planificación accidentada” organiza preguntas, pero no ataja lo que en el recorrido áulico se cuela, como dicen unos amigos docentes e investigadores: hay un método que podríamos llamar, sin solemnidad, ver qué onda.

 

La planificación en su versión conservadora prevé una imagen mental de la “unidad”, de lo que se intentará trabajar… pero en el medio sucede lo que sucede, hay cortos-circuitos: los pibes flashean, tiran anécdotas y hay profesora, como esta de biología, que hace de los aparentes obstáculos medios para ir hacia alguna parte, alguna pregunta (células, computadoras, biologías, tecnologías…). Parte del trabajo es ser fiel al accidente, comer lo que acontece y preservar una continuidad, porque en el accidente puede haber algo más allá de lo previsto, puede abrir a otros modos de pensar. Hay un laburo radical cuando se convierte al obstáculo en medio, todo un entrenamiento. El accidente, por su parte, tiene la singularidad de no poder recrearse, se resiste a la representación, a la mera repetición, con lo cual aprender de él es un arte, que puede solo cazarse y consumirse en su inminente relación y presencialidad, digamos que se deja cazar pero no cooptar.

El modo orgánico de laburo nos necesita como célula activa de intervención, estamos para coordinar un ensayo vital. Las planificaciones pueden ser nuestras invitaciones, las actividades que proponemos (salgan mal o bien, no importa) trafican –en el aula- nuestra relación con el mundo, nuestros deseos y curiosidades. Invitaciones que podamos contagiar. La docencia de este modo se vuelve materia de combustión, más que de apagar incendios se trata de prender unos fueguitos (empezando por los propios).

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