Pedagogía surrealista

Cada cosa, cada existente se presenta del modo en que puede hacerlo.

Imaginemos que es la única premisa que asumimos. Cada cosa se presenta del modo en que puede hacerlo. Si nuestro sentir así lo vive lo que sigue es infinito e indeterminado. Cada cosa, en su singularidad, siempre está fuera de lugar. Porque el lugar es la negación de la singularidad. Y la singularidad sólo una nota que empuja los límites.

Dan apela al surrealismo. Breton en su segundo manifiesto surrealista se pronuncia contra el debilitamiento del espíritu. El espíritu, esa fuerza “irracional” que ve más allá de lo que la razón cientificista diría –por ejemplo- acerca de lo conveniente para Bruno, de lo pertinente para un maestro, de lo esperable en una escuela.

Nada está en su lugar en esta escuela. Lugar no es cualquier cosa. Un lugar es un modo de ocupar-lo; por eso la tan remanida frase esto no es una cancha de fútbol más que un eufemismo sintetiza claramente la imagen de lugar como aquello que habla de las cualidades esperadas en los cuerpos ocupantes. El cuerpo pedagógico acotado, medido, temeroso, previsible frente al cuerpo futbolero exacerbado, sudoroso, exultante, indomable.

Decíamos; nada está en su lugar, salvo la negativa de la burocracia que insiste en que Bruno debe cursar el grado que le corresponde por ley. Y si todo es lugar, poner en forma y poner acotadas formas, el pensamiento se torna circular y el tiempo reiterado y pretendidamente previsible.

La única verdad es la realidad decía el general. Nosotros afirmamos, lo único pensable es el modo en que las cosas se presentan. Y lo que se presenta es lo que se le escapa a la voluntad-voluntarista. Lo que se presenta es lo que queda por pensarse. Lo que se presenta es ciego a la comprensión automática como a esa visión que cree ver cuando “ve” anclada en la evidencia fáctica, tan escueta en las gateras del realismo (expresión que le robo a María Moreno1Moreno, María. Subrayados. Mardulce. Buenos aires 2013)

Un título posible del relato que nos presenta Dan podría ser Historia de un fracaso. Sí, de un fracaso. El fracaso no es la declaración de una impotencia sino el registro de un exceso de real que se nos fuga; se fuga al entendimiento. El fracaso de una meta, de una expectativa, de un exitoso final tiene su contrapartida. El fracaso de los fines es la afirmación de los “medios”, de los procesos, de los tanteos.

Cada prueba no lo es de nuevos intentos que por fin sean exitosos; cada prueba porta una nueva información. En cada prueba aprendimos algo, sabemos otra cosa, buscamos más preguntas, eventualmente mejor formuladas, probamos otros funcionamientos. Cada prueba, si sabe leer la información devenida de su propia experiencia, puede arrojarnos a nuevas conquistas.

El fracaso es la afirmación de una vulnerabilidad que frente a lo que nos excede no cesa de nutrirse de mejores recursos para hacer (devenir) de ese exceso un asunto interesante.

El fracaso de los fines es la emergencia de los “verdaderos” problemas.

Y el verdadero problema que se nos impone de la experiencia con Bruno es admitir que no sabemos de las detonaciones intempestivas ni de los modos en que las relaciones pueden consistir. Que necesitamos seguir a la caza de esas señales de enquistamiento no para descifrarlas sino para destrabarlas. En Bruno, en cualquier otro pibe, en nosotros mismos cuando tentados por volver las cosas a su lugar, nos enquistamos. En la escuela y sus aparatos obsesionados en evitar “fracasos”.

Pedagogía surrealista… ¿es una pedagogía de los “fracasos”?

 

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Notas   [ + ]

1. Moreno, María. Subrayados. Mardulce. Buenos aires 2013