Composiciones

Componer, como acto, tiene muchas implicancias. ¿Cómo se componen las escenas y los vínculos contemporáneos, en estos tiempos líquidos, a veces gaseosos? Componer es un poner, pero que incluye necesariamente un con, es decir un otro. Componer debería suponer también que cada cual viene con sus dados o características (quedando así descartado el añoro por que lo otro sea como uno quisiera), y que por un momento se entrecruzan, podemos imaginarnos que se funden (manténiendose como identidades pero al mismo tiempo alterándose) y crean algo nuevo, en conjunto. Belén y Pablo, por ejemplo, compusieron encuentros, dentro y fuera del Envión. Un poco (o todo?) de cada uno se puso en juego en determinados momentos. Y cada vez que algo pasaba (y cuando me refiero a algo digo una experiencia, no un cualquier cosa) una huella iba quedando… Lo mismo ocurrió con los pibes corineros y los “profes”, en cada pata del programa. ¿Composición y experiencia van de la mano? ¿Podríamos pensar tal vez que ambas se entrelazan para crear situación?

Lo que pasa en El Envión parece una suerte de situación paracaidística, donde los pibes y los “profes”, caen, en un mismo tiempo, en un mismo lugar, y se encuentran; en este caso nucleados por un dispositivo estatal. Los motivos para estar ahí pueden ser muchos, pero lo cierto es que el encuentro se da. ¿Qué características podrá tener ese encuentro si se piensa como un momento, como una posibilidad de composición? Muchas veces el lugar en donde nos encontramos, o el otro con el que nos encontramos, nos asaltan, nos agarran por sorpresa. Si, como pasó en El Envión, nos desafiamos a ver qué onda, ver qué pasa, entonces el problema tal vez no sería el otro. En palabras de Clara Cardinal, sería el territorio común lo que armaría problema. Y ahí tal vez podría estar la punta de lo que pasó en Villa Corina. ¿Acaso no es el problematizar una oportunidad de movilizar(se) positivamente, desafiar(se), crecer en riqueza de experiencias?

Y si cada encuentro es un momento único, tal vez irrepetible: ¿Cómo nombrarlos? Tal vez la pista esté en lo que pinta de cada encuentro y la predispoición. Como si pudiéramos hacer gaseosas nuestras investiduras, y permitir conjugarnos con algo del otro. Componer y Conjugar. Poner y jugar con. El juego con el otro y con la realidad que nos convoca también habilita a jugar con los nombres y las palabras. Hacerlas también a ellas gaseosas. Por ejemplo, entre una escuela de Bariloche y el barrio en el que se ubica, se componen situaciones que me gusta llamar Escuarios. Momentos donde es difícil distinguir donde empieza el barrio y donde la escuela. Momentos imprevistos, caprichosos, en algún sentido también atemporales. Que vienen y van. Pueden ser pibes de 12 años con un profe tomando mate y charlando en la dirección, o algún cántico de hinchada barrial retumbando en las paredes de 4° grado. A veces el escuarrio aparece en un recreo, torneo de ping pong de por medio. Secuencias donde los límites se vuelven difusos y entonces entramos en terreno de lo nuevo: lo desconocido. Jugar el juego de crear con los pibes, más allá del tamaño del guardapolvo. Como una invitación a conjugar nuevas experiencias (y nombres) dentro del aula, por los pasillos, incluso en la parada del bondi.

¿Cómo se componen experiencias significativas donde se aceptan los dados, de la escuela, del barrio, de los profes, de los pibes, de programas como el Envión? ¿Qué características o atributos podrían favorecer la composición?

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