Intento escribir esta editorial, más bien quisiera encontrar el modo de invitar a leer los textos que encontrarán en este número. Boceto en mi cabeza probables comienzos, nada me convence.
Arriesgo una entrada, no es novedad, pero sorprende. La introducción a Lecturas de infancia comienza así: nadie sabe escribir. Cada cual escribe para atrapar por y en el texto algo que no sabe escribir. Que no se dejará escribir y lo sabemos
Hace tiempo ya percibo que la escuela sólo se deja pensar, sólo se deja bosquejar si la habitamos como cosa no reductible a la simbolización. Sí, una cosa…Siendo cosa es más reservorio de posibilidades que realización de una Imagen, una Idea, un Objetivo. Como cosa es menos significado, representación que acto de metamorfosis.
La escuela cosa le dice al lenguaje estatal….no me pescarás, no me leerás. La escuela cosa necesita de un lector analfabeto, de un lector que no sepa del código que identifica atributos y déficits, que constata realizaciones y detecta fallas, que procura recetas o prótesis calmantes.
La escuela cosa se le escapa al lector escolar porque éste se nutre de palabras que dibujan los caminos correspondientes a todas las prescripciones, a todos los ideales, a todas las reivindicaciones. La escuela siendo cosa es concreta. Menos retórica y más efectuación de experiencias palpabes en sus formas singulares, en las variaciones cuerpos.
Para la ley ( en su más amplia acepción) el cuerpo está de más, aunque necesite inscribirse en la carne para asegurar la “servidumbre voluntaria”.
La escuela cosa no es una sofisticación linguística, nace de la experiencia de tocar los afectos que la pueblan. Nace de una escucha de los filamentos que la hacen casi más allá del registro de sus hablantes. O en todo caso si sus agentes ( los que agencian) saben algo acerca de lo que subrepticiamente es efectuado lo saben cómo quien saborea. Ser pasibles estéticamente diría Lyotard, haber sido tocados antes de haberlo advertido.
Despejemos confusiones estériles, la escuela cosa no es un depósito de deshechos , es sí un cobijo de cuerpos que a veces se enlazan según funciones y las más de las veces circulan desorientados o en conexiones evanescentes ilegibles para la cabeza escolar. La escuela cosa no es sólo caos pero necesita caotizar ciertas brújulas para poder habitarla. La escuela cosa es escuela por decisión y no por delegación. Por decisión de investigar conjugaciones no regidas por el principio de correspondencia biunívoca.
Hablamos de afecto y no de sentimiento. Dijimos que la escuela cosa a diferencia de la escuela-Imagen es un reservorio de posibilidades y no un destino de determinaciones. Avancemos un poco más. El afecto, los afectos, son señales…de desvíos, de clandestinidades, de ideas embrionarias, de imaginaciones que no se dejan escribir en el lenguaje de la codificación. O en verdad es en los desvíos, en los ensayos periféricos, en la opacidad de los gestos donde se maceran las ideas que suscitan los afectos. El afecto se debilita de tres maneras: absorbido en una retórica que lo explique y ejerza el deber de su destinación, entendido como atributo personal y separado de la interrogación que piense sus entramados, bifurcaciones y pliegues.
La escuela cosa admite cualquier idea, cualquier tentativa, cualquier conjugación, cualquier palabra que nazca de la experiencia de haber sido tocados. Cualquier oportunidad de ponerse a trabajar sobre sí misma y sus posibles.
No obstante no da igual la lengua que haga hablar una escuela cosa. Búsqueda y extravío. En el intento de escribirla-pensarla constataremos que se nos escapa. Siendo la escuela cosa un gérmen de devenir no puede ser de otra manera.
No obstante insistimos a sabiendas de que la perdemos conquistando al mismo tiempo un poder de instauración. Sólo cuando creamos no estamos solxs.