por Silvia Duschatzky
Se abre la puerta. Una mujer con paso seguro ingresa a la dirección. Saluda con un beso a cada una de nosotras. Se presenta, no nos conocemos, Eugenia, la mamá de Camila. Me distraigo de la conversación que mantiene con las coordinadoras y la miro. Estoy superabrigada, algo débil con las secuelas de una gripe que no me abandona y ella con una remerita que deja ver su contundente cuerpo. Su voz suena firme, su apariencia arrojada. Como si a través de su energía desacomodara cualquier representación que hiciera coincidir a los habitantes escolares. Pequeña señal que hace pensar que una escuela es más cuestión de poblamientos “disidentes” que componentes articulados en una sintaxis.
…Se baña acá en la escuela, comenta Vanesa cuando Eugenia ya no está. Vive en camiones, aunque ahora creo que no.
Hago silencio…. Nuevamente alguien abre y arremete. Cada irrupción es intempestiva; no sé si sólo es urgencia, confianza, intensidades que no se soportan de a uno o simplemente el borramiento de fronteras artificiosas. No hay dirección (en el doble sentido: punto que ordena, ruta a seguir) sólo pasajes, umbrales, recursos. Accesos que buscan refuerzos .
Hola, me saluda efusivamente. Creo que nos vimos una vez en un encuentro con todos los maestrxs. Entra con un nene de la mano . Uy estaban hablando y yo me mandé. Pedro está muy enojado, tal vez un ratito aquí lo calme . Más tarde lo vengo a buscar. Pedro tiene el seño fruncido, la boca apretada. Vanesa le ofrece un autito y él lo hace chocar ruidosamente contra la mesa. Una y otra vez y otra y otra. ¿Querés dibujar? . Toma un marcador y hace algún trazado. Lo deja, sigue ofuscado. Se acerca a la ventana, agarra un objeto raro y lo hace sonar…se oye como un mar profundo. Su cara se ilumina, se sorprende, repite el movimiento buscando el sonido. Del enojo a la sonrisa en unos segundos. Pedro no llega al metro de altura y arma un revuelo difícil de aquietar. Su energía lo abarca todo.
Pasan unos minutos, largos minutos y su maestra lo retira. Tenemos muchas cosas que contarte, me dice Vanesa. La feria del domingo fue impresionante, es muy fuerte ver a las familias ocupando la escuela. Toman el espacio, lo hacen suyo. ¿Te acordás de la cafetera, esa que casi me surte? Tenías que verla con su carrito de café. “Preparé unos bollitos para repartir con el café”, nos dice . ¿Querés que te paguemos los vasitos?. Pero por favor!!!!. Vanesa imita su voz ronca, grave, alzada. Hay más fuerza en su tono que en sus palabras a secas. El “por favor” no pertenece a los buenos modales. Mirá si me van a pagar unos vasitos!!!.
Imagino el pasaje de aquella primera escena de gritos y distancia amenazadora a esta última. Sin embargo, evitemos la trampa que nos llevaría a pensar que del mal se pasó al bien, que un mal momento le dio paso a uno mejor. Que la primera situación de choque fue el mal trago para llegar a lo esperado. Cada uno de los momentos vividos carga con múltiples capas de información. La evidente, fáctica, fenoménica y esas otras que aún sin nombre ni previsión pujan por encontrar nuevas formas. No obstante y destacando que no se trata de dos situaciones encapsuladas en su identidad ( la hostil de semanas atrás y la cómplice de los últimos días) sino de un mismo campo de fuerzas que muta, necesitamos tomar nota de la disparidad entre el encierro defensivo y el despliegue, entre el enfrentamiento y la circulación de una afectividad cómplice; más allá de insistir que no estamos frente afectividades en estado puro.
Retomemos la charla
….El problema es que las familias que vienen no son las de la Carbonilla. La gente del “barrio” no se acerca a convocatorias amplias; se guardan, se meten para adentro.
El otro día fuimos al barrio…vamos todas las semanas. Sólo cuatro, el resto de los compañeros no se prende (se cuela un tono de “reproche” que se disipa al instante). Llegamos y vemos a Brenda en la calle; me muestran una foto de la nena del celular. Tiene la frescura de una niña y al mismo tiempo una mirada que traspasa la pantalla. “Mi mamá no me lleva al jardín”. Entramos a la casa, no hay nada, sólo unos colchones ahí tirados. Hace frío y su mamá durmiendo. “Sólo quiero dormir”. Brenda deambula solita por el barrio. Vemos salir a un chabón, de la casa…babeando, bamboleándose. Es la pareja de la madre de Brenda. ¿Vos la podés llevar al jardín, nos animamos a preguntarle…¿Queeé??? vocifera entre indignado y hostil.
Probamos proponer talleres o alguna actividad ahí en el barrio, pero no funciona
……….
Los relatos se superponen. Fernanda dibuja mientras hablamos. Es para regalarle a una mamá que propuso dar una charla sobre las Lunas en el taller de crianza. Ella es astróloga. Simultáneamente me muestra una tarjeta que presenta una obra de teatro. Otra mamá actriz vendrá en un rato a ofrecerla al jardín. No hay hilo que recorra la conversación, pasamos de una cosa a otra, de una interrupción a otra A simple vista, nada vincularía la multiplicidad de situaciones, sin embargo no es así.
Tal como lo pensamos en el primer escrito, es el cuerpo- materialidad sensible porosa a las dinámicas ambientes- el termómetro de las maniobras y tentativas. Da la impresión de una escucha sin fondo (sin fundamento que separe lo que corresponde de lo aleatorio o banal). Una escucha de lo ordinario. Cada asunto merece atención. Siendo así cabe preguntarse qué índole de escuela es la que se inclina más a distribuir de manera inédita sus poblamientos (modos que hacen que la vida no se derrumbe y expanda sus límites) que a replicar organizaciones articuladas a un fundamento.
Así mismo nada de este proceso circula sin interferencias. Cuerpo e ideología institucional libran permanentes batallas, alternando su dominio.
Tenemos un problema con una maestra. Llega siempre a las 9. La vemos caminando tranquila con su mate, mientras se acerca al jardín, como si no pasara nada. La otra maestra de la sala nos pide que hagamos algo, ella se hace cargo sola de 8 a 9, horario en el que llega su compañera.
Ya no sé qué más decirle (replica Vanesa entre impotente y sorprendida ) ” que no podés llegar tarde, que hay acuerdos, que son las normas de trabajo, que los pibes llegan a las 8, que no es justo para el resto de los maestrxs. Y nada, no hay con qué darle”
Habrá algo en mi inconsciente….no puedo despertarme antes, no escucho el despertador.
Gimena llega tarde y apenas se contacta con los pibes se pone al hombro el laburo. Parece que no se respalda en los cánones del oficio. Cuál aprendiz sigue preguntándose cómo no “dormirse” en el contacto con los pibes.
Fernanda, la otra coordinadora acota; ella vive sola desde los 15.Tuvo una vida muy dura.
Me animo a preguntar; ¿y cuál sería el problema de su llegada tarde? Se queda dormida pero apenas cruza el umbral del jardín se la nota muy despierta.
¿Pero no es justo? Agregan….
¿No es justo respecto de qué?¿Importa una premisa de justicia? Tal vez podamos pensar en qué problema estamos. Si pensamos el problema como un atravesamiento de lo que hace obstáculo, anclarnos en una relación incuestionable entre dato y sentido borra toda cualidad problemática. Es ese pasaje el que hace de los problemas puertas, excusas para hacernos las preguntas insospechadas, para activar la experimentación.
¿Pero qué es la justicia entonces? (Insisten). Intento responder mientras algo me dice que no es por acá. Me debilitan algunas preguntas y a su vez percibo las ganas de entender, de que nuestra conversación no se agote. El deseo de bucear en las tensiones.
Pensemos esto: lo justo se verifica y se conquista. ¿Cómo sería? Si la justicia fuera una vara para medir la forma de las cosas en función de una premisa, sería una respuesta a ninguna pregunta. Si la justicia se constatara en la “igualdad” de los comportamientos y no en la igualdad de poderes, no sólo suprimiríamos las relaciones singulares sino que nos alejaríamos de la posibilidad de conquistar lo común por fuera de las normas a priori, más allá de lo idéntico.
¿Podríamos pensar que la injusticia es más clara que la justicia?. La injusticia la enuncia la “víctima” , el oprimido , el violentado. Ahora bien, ¿ estamos frente a víctimas, en las circunstancias comentadas?. ¿Acaso la maestra que llega temprano es una víctima de la que llega más tarde?
Si hubiera entonces una injusticia, ésta radicaría en situar el problema en términos de desventajas de un lado y prerrogativas del otro; de tutelados y “libertarios”, inscribiendo a los agentes en posiciones desiguales en términos de su poder y dependientes de aquel que tendría en sus manos la llave para dirimir a favor de las normas igualitarias.
Despejando el carácter injusto de la llegada tarde, queda por ver de qué se trataría lo justo o más bien si es acaso la pregunta que abra los momentos de clausura.
La cuestión no es qué es lo justo porque irremediablemente nos reenvía a un parámetro ajeno a las situaciones, la pregunta es ¿qué vamos a hacer?
Pero frente a qué: ¿a las llegadas tardes o a sus consecuencias en el caso de que las hubiere?. Hasta ahora el planteo se limitó a un dato que se evaluaba injusto, “desigual” frente a las normas y al hábito institucional. Habría que pensar qué efectos, dificultades, consecuencias provoca este tironeo.
Ella llega tarde, su compañera no. Ella, tal vez por su energía juvenil, se dispone a una variedad de propuestas. Su compañera sostiene otro ritmo. Singularidades que se conjugan y compensan. Siguiendo este razonamiento sólo resta compartir con las protagonistas su visión del problema en función de consecuencias prácticas y no derechos legislados. Si constatamos que estamos frente a diferencias que ponen en marcha una maquinaria de funcionamiento grupal y no ante su impedimento , alteramos las cualidades asignadas al problema.
El problema entonces emerge de la cartografía de los funcionamientos de las cosas, del chequeo de sus resonancias, de los efectos concretos en la vida grupal. Siendo así cae el problema en términos de moralidades precedentes y la formulación ya es otra: qué condiciones podrían potenciar las prácticas, qué límites cercenan la expansión de las vitalidades. El núcleo de la justicia, recurriendo a Nietzsche, se expresa en la igualdad de poder entre los seres humanos que a partir de allí deciden lo mejor a partir de lo que los activa. Tal vez necesitemos pensar los derechos perforando los muros de la juridicidad.
Deleuze nos recuerda; sólo se trata de crear, no de hacer que se apliquen derechos consagrados. Se trata de inventar las jurisprudencias para cada uno de los problemas. Es muy diferente… […] la vida se da en situación

Fotos por Lara Seijas