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El ojo laser

Bruno estalla; miles de hipótesis podrían echarse a andar. ¿Por qué llora lx niñx?. ¿Por qué se tira desaforadx al suelo?. Decidimos eludir estos atajos tan recurrentes como estériles. Se cree que un diagnóstico alcanza y más bien en ocasiones basta para qué se nos vuelva más nebuloso el hecho o más bien sus posibles aún no aventurados. Omito el síndrome con el que se identifica a Bruno. Lo omito para quedarme con el recorrido que va del accidente ( llanto intempestivo ) a la tentativa ( prueba que busca salir del atolladero).

Mariano, profesor de una escuela del sur, me envía un relato de un día de elecciones sindicales que se realiza en su institución. Un relato que presenta dos situaciones; el llanto de Bruno ( uno de lxs tantos niñxs que reciben diariamente) y el comentario del acto eleccionario. Las paralelas no se tocan aprendí en matemática. Y en efecto se trata de dos recorridos distantes que no invitan a composición alguna. Una escuela y dos itinerarios sin punto de contacto. Un camino serpenteante, pantanoso; el que va del accidente a las tentativas y otro rectilíneo, previsible, protegido de accidentes. Llamo accidente no al suceso inesperado sino al radar que capta una señal en el suceso inesperado. Digámoslo así, el accidente es la ocasión de cazar una vitalidad que se intenta preservar en las tentativas. El accidente es el empuje al agotamiento de una forma y al bosquejo de otras, cuya plasticidad las preserva del cierre.

Una maestra da en la tecla, luego de ir de acá para allá en el intento de apaciguar sus ánimos. Entre las tantas bicicletas apoyadas en una pared, hay una bajita que entusiasma al pequeño. Cuando se sienta logra que sus pies toquen el suelo. Sin embargo no es aquí donde deseo detenerme, sino en el gesto de atajar lo indecible y tantear derivas no sospechadas.

Un hecho previsible ( la realización de las elecciones sindicales) se ve matizado por el llanto estruendoso de un niño. Corrijo: nada hace temblar al acto eleccionario. El que tiembla es el testigo, el observador que detecta el contraste, el narrador de la escena y como quien aprovecha una señal para escapar de la inercia de una actividad preestablecida, sigue su derrotero haciendo de ese casi inadvertido incidente un asunto de pensamiento. Entonces no son los hechos en sí sino el plano de percepción que se asoma en el medio.

Pienso lo siguiente; llamemos a la disrupción protagonizada por el niño, “episodio Bruno”, no tanto para anclarnos en el personaje de la anécdota, sino por el efecto que desencadenó en un observador. Como si acaso ese cuerpo, el del testigo, estuviera a la espera de que algo sacudiera el tablero.

Entonces por un lado Bruno, banal situación que no expone exaltación alguna, y por el otro elecciones sindicales. Y entre tanto, el narrador.

Bruno es el nombre de un episodio menor y a su vez pleno de vericuetos; menor por su cualidad terrenal e indeterminada no sólo porque ignoramos de antemano qué calmará el llanto del pequeño, sino porque nos enfrentamos a probar qué podemos más allá del rol. No sabemos lo que un cuerpo puede nos recuerda Spinoza. Pero sí sabemos que esperar frente a la realización de un acto eleccionario, sí sabemos qué hacer ahí: custodiar, reponer boletas, computar resultados. Un hecho de proporciones grandilocuentes que exige esfuerzo, energía, un aparato eficiente de gestión, disposición a las disputas de poder, capacidad de persuadir y en contraste un episodio nimio, trivial, de dimensiones acotadas, protagonizado por un niño. Las elecciones corresponden a una causa mayor y ninguna sorpresa allí; sólo asegurar el desarrollo de una línea, de un trazado previsible. Custodia vs tentativa. Rol vs performer.

El performer no es un artista en los términos convencionales, ni un sujeto individual dotado de recursos sofisticados. Se trata de una práctica que más que “soluciones” busca buenos problemas; esos que no están hechos de déficits sino que invitan a investigar qué pueden las cosas vistas desde su costado enigmático .

¿Y ahora qué vas a hacer? preguntan las situaciones. ¿Qué vas a hacer si faltan boletas en el cuarto oscuro?. Reponerlas. ¿Qué vas a hacer si un niño inunda el ambiente a grito pelado?. Lo ignoro, tiento por acá, tiento por allá. Souriau1 nos dice que todo lo que nos invite a un movimiento no tiene el aspecto de una revelación. Diálogo mudo con las cosas, laberíntico, misterioso. Podemos expandirnos en las tentativas, podemos secarnos en la conjura de lo imprevisible.

¿Qué es una escuela, se preguntan anonadados sus agentes?. Diría: no hay escuela en abstracto, sólo modos heterogéneos de habitar un tiempo que reúne presencias. A veces prima la vulnerabilidad de la experimentación y otras ( o al mismo tiempo) la inercia. ¿Y qué hace a cada plano?. Ni el llanto de Bruno, ni la realización de un hecho eleccionario revisten mayor relieve si no fuera por el narrador de la escena; ese ojo, esa escucha detectora de señales, gustosa de los detalles proclive a los descalabros del guión.

Accidente, desvío, tentativas.

Silvia Duschatzky

  1. Souriau, E. Los diferentes modos de existencia. Cactus. Buenos Aires 2017
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