por Santiago BahlI)Coordinador de un taller literario con jóvenes en la cárcel, junto a la Lic. Valeria Mariani. En el marco del Programa de tratamiento para Jóvenes Adultos unidad No. 47.

Sobre sus cabezas hay un techo gris y sobre el techo gris sobrevuelan pájaros negros. Lo digo al revés: debajo de los pájaros negros se encuentra la luna y debajo de la luna sus cabezas están haciendo morir al corazón.
¿Quién soy? Escriben después de escribir que,

Hay personas que son máquinas
De apagar la inocencia de otras
Y te sumergen en un océano de
Temor y de odio y dejan pedacitos
De dolor dando vueltas

¿Por qué es así?
Mis temores son como el aguijón
De una avispa.
Cada vez que me hicieron daño
Me cubrí de barro.
Intento escapar de esa avispa,
Increíblemente no lo logro
¡Cuánto más chiquita la imagino es peor!
Convivo con ella
Al mirarme al espejo veo el despertar
De mí mismo.
¿Quién soy?
No tengo respuesta.

Empiezo también por plasmar esto mismo, al revés de lo que fue el curso de los hechos ya que Nahuel, Fernando y José primero crearon el cuento y después la poesía. Pero si la poesía es buena no hay con qué darle. ¿Es buena esta poesía?
No piensan en eso. Nahuel piensa en Neruda porque alguien le habló maravillas de él. Y se siente Neruda aunque no lo haya leído. Cuando lo lea habrá que ver, quizá le encante Neruda y se sienta Nahuel. Ya lo está intuyendo: todo acontece al revés.
José, Fernando y Nahuel continúan dibujando palabras singulares porque intuyen que los que no estamos en prisión pensamos que ellos nos ven singulares, exitosos y con dinero.

¿Y al revés cómo es?
Los que están en prisión piensan que los que no estamos en prisión los vemos disminuidos, discordantes y fatales.
¿Y al revés del revés cómo es?
Todo puede ser un revés, sobre todo si utilizo muchos adjetivos para no decir nada. Quizá sea el cansancio mío por el esfuerzo que hago para que Nahuel, Fernando y José puedan desempalmar el camino del encierro del de la libertad.
Quizá será mejor decir que los caminos no se bifurcan sino que se empalman y se superponen como cuando uno termina escribiendo sobre lo que escribe. Y sobre lo que se escribe, otro puede escribir.

Un insólito juego de manos.
Uno nunca sabe. Ayer a la noche, acostado boca arriba, pensando en lo que podría llegar a ocurrir, abrí los ojos y me encontré con una mano sobre mi pecho, pesada como una puerta. Yo sabía que no estaba solo pero mis compañeros de celda dormían (yo los vi dormir y roncar). Sentía otra presencia. La mano que me aprisionaba era sombría y fría, lo más parecida al hielo.
Los sonidos muertos de las rejas y de los candados ya no hacían efecto en mí, y los guardias de los pabellones también dormían.

Tuve la decisión de juntar todas las fuerzas de mi interior, pensé en las personas que quiero, tomé impulso y logré sentarme en la cama. Enseguida recordé el rostro de felicidad de mi hermana bajando las escaleras de mi brazo cuando fueron sus 15 años…
En verdad yo nunca supe quien fui. Una vez insultaron a mi mamá, una vez me dijeron negro de mierda, una vez asusté a una familia con un chumbo.
¡Qué tonto que fui!

Entonces me di cuenta que la mano que aprisionaba mi pecho seguía sobre mi. ¡Te voy a llevar a pasear conmigo! Grité y grité como un loco. ¡Te voy a llevar a pasear conmigo!
Resolví salir de la cama. Me acerqué a la ventana de la celda y tomé aire, mucho aire. Estaba solo con mi conciencia. ¡Justo la conciencia!

Nuevamente me recosté e intenté conciliar el sueño, solo quería olvidarme de ese momento. Y otra vez ahí estaba, la misma mano, la misma sensación. Todo estaba allí: la cama, la ventana, mis compañeros durmiendo, el aire sucio. Pero los recuerdos que se me venían a la mente no eran los mismos. Los recuerdos revoloteaban como las golondrinas que anuncian la lluvia: mi hija que no me conoce, mi madre postrada y triste esperándome, mis hermanos trabajando…la vez que asusté y reduje a un hombre grande que podría ser mi padre y rogaba por su vida. Yo sentía mucha adrenalina cuando robaba, tenía una mirada despiadada. ¿Qué podrían pensar de mí las personas en ese momento?
Dejé de lado los sentimientos más lindos que tenía. Robé un auto que llevaba una sillita de bebe y después se la di a la mamé de mi hija.

Todos estos recuerdos fueron apareciendo y de un instante a otro me pasó algo raro. Empecé a llorar y llorar y llorar. Lloraba como un niño porque sin saberlo me había metido en la oscuridad de mi vida, por un túnel que va a ser el túnel más profundo de mi vida…
Lo sigo conociendo, la mano me lleva. Me doy cuenta que el túnel que estoy transitando tiene una entrada y una salida. Esto no va a durar por siempre. Viajo por tristezas y aflicciones y la mano que me lleva es una mano cálida. Bastó con que me diera cuenta que no era mala ni sombría sino que me mostraba el pasado del cual quería esconderme.

Hoy estoy viajando. Algunos compañeros seguirán durmiendo. Yo no soy quien para despertarlos.
Empiezo a ver que existe la claridad. ¡Qué lindo va a ser cuando se lo cuente a mi hija!

Un Dios corporal acecha. A Nahuel, Fernando y José. Esta vez Dios no tiene revés. Así empezó todo, con este relato. Y de este relato vino la sed de conocer.
Los ritmos y las escenas, los pozos negros, y los desprendimientos incómodos, las desnutriciones perceptivas y las inseminaciones simbólicas de lo escrito provienen de la energía, de los claroscuros, de la cordialidad y los chisporroteos, y por último de las pausas obligadas en los encuentros con Nahuel, Fernando y José en el Pabellón 9 de la cárcel bonaerense en la que cumplen una pena.

Singularísimos datos:
Todos los viernes por la mañana junto a mi colega nos dirigimos al Pabellón Nro. 9 de la Unidad Nro. 47 de San Martín, Provincia de Buenos Aires a emprender un taller llamado de “Subjetividad”. Sin saber bien qué significa dicho termino.
Ahora que lo pienso, la recepción que nos dan los jóvenes internos (de entre 18 y 21 años de edad) se realiza a través de las rejas estrechando las manos, a veces entre el calor de las hornallas de la cocina, ante la cual suelen congregarse.

En mi caso, pensé siempre este taller dentro de su “casa”; allí su discurrir verbal, su música, su cuerpo, sus decisiones aparecen lo más vívida e integradas posible que en cualquier otro espacio de la cárcel. Entonces me esfuerzo y me cargo de expectativas para que me inviten genuinamente.

El guardia (“vigi”, “celador” o “llavero”, dependiendo de la región geográfica en la que se asiente la cárcel) generalmente nos da acceso al pabellón cuando los jóvenes ya han armado la “coreo” (por coreografía), esto es: el pabellón, en sus espacios comunes, ya está dispuesto con mesa y sillas para compartir y libre de interferencias para que ingresemos (ningún torso desnudo, nadie bañándose en la ducha que se ubica en este espacio común, etc.).

Sucede entonces que el espacio comienza a tornarse ansioso para mí, y a veces he llegado a correr la tela-puerta de alguna celda para saludar a sus habitantes. Después el fluir del vínculo me tranquiliza.
Un día viernes, ubicados en torno a la mesa, les dije a los jóvenes que en ese mismo instante iba a empezar a escribir frases y palabras que salieran de alguno de nosotros. Como dueño de la lapicera a veces lanzaba frases desde el papel que prosperaban, y entonces pasaba la posta a quien lo propusiera. De este modo se iban mezclando las caligrafías y los participantes intentábamos leer la letra del otro.

El joven Nahuel, por ejemplo, fue quien busco en su celda unas poesías que había escrito y que leyó a todos los presentes. Otro joven hizo algo similar pero al revés, ya que la situación del taller lo llevó a refugiarse en la cama de su celda para escribir.
Los tres jóvenes que se nombran en el trabajo son los que le dieron pulso y corazón al cuento y a la poesía. Con esta última pasó algo interesante: se logró evitar la cuestión explicativa. Y el joven Nahuel le confirió ese esqueleto compacto e intrigante.

Con el cuento sucedió otra cosa: luego de escribirlo y de acordar que lo enviaríamos a un concurso organizado por el servicio penitenciario, debatimos sobre la conveniencia de quitar esta frase del texto: Robé un auto que llevaba una sillita de bebé y después se la di a la mamá de mi hija. Hasta que en un pasillo fuera de su pabellón, dos de los jóvenes escritores me dijeron que tenía que ir así ya que eso fue lo sucedido; agregaron que si robaron un auto con una sillita de bebé en su interior no fue buscado y cuando se dieron cuenta ya estaban “hasta las manos” como para hacer retroceder la acción a punto cero. El texto salió fresquito al concurso y no se habló más del tema.

Parte de lo que me impulsa a escribir todo esto se liga a la bronca que me causó que los jóvenes no recibieron siquiera una mención por haber participado. El joven Nahuel, anoticiado de esto, me dijo con humor que era una injusticia el veredicto, y que en algún momento alguien lo iba a reconocer.

A él lo recibieron dos de mis compañeras en su otro trabajo para el Municipio de San Martín. A días de obtener su libertad las fue a ver, lo observaron medio aturdido, pero feliz. Las saludó afectuosamente, les pidió ayuda para tramitar el DNI y para saber cómo retornar al colegio secundario.
Ojalá siga escribiendo.

Share on FacebookShare on Google+Tweet about this on TwitterPrint this pageEmail this to someone

Notas al pie   [ + ]

I. Coordinador de un taller literario con jóvenes en la cárcel, junto a la Lic. Valeria Mariani. En el marco del Programa de tratamiento para Jóvenes Adultos unidad No. 47.